SANTIAGO DE CHUCO

El mítico dios Catequil
Guido Sánchez Santur

Los huamachucos fueron bravos guerreros que mantuvieron a raya a las demás civilizaciones regionales que colindaban con ellos y que pretendían ocupar su territorio, inclusive el bien organizado ejército Inca atravesó serios aprietos en su gesta expansionista hacia el norte.
Este poderío huamachuquino no fue gratuito, sino que además de sus aguerridos soldados, todas sus batallas las consultaban a su oráculo: Catequil, el más poderos de la época, situado en el cerro Icchal (Santiago de Chuco) y cuyas premoniciones fueron conocidas más allá de sus territorios, de tal manera que delegaciones de distintas regiones llegaban continuamente a consultarlo.
“Fue un oráculo de enorme importancia en la época precolombina, porque fue el más conocido según los cronistas españoles. Al pie del cerro Icchal hay un santuario, donde se hacían los pronósticos, ya que el mismo cerro era considerado como Catequil. También fue un dios que producía los relámpagos y los truenos cuando lanzaba rocas, utilizando su honda”, sostiene el afamado arqueólogo norteamericano, Jhon Topic, uno de los principales estudios de este mito.
Los pobladores de entonces consideraban al cerro como un Apu, vinculado a la fertilidad de los animales, de la tierra y de los seres humanos. Fue un dios tutelar, cuyo principal ámbito de influencia era lo que ahora es La Libertad, aunque en la época de los incas, Huayna Cápac, necesitó su ayuda en varias campañas militares, inclusive su efigie la llevó hasta Ecuador.
Las investigaciones de Topic le permitieron constatar que actualmente en ese país hay varios lugares relacionados con este nombre. Su importancia se deduce porque existieron varios ídolos de este mismo dios, por eso los cronistas registran que fue destruido varias veces: primero lo hizo Atahualpa, después que le predijera su derrota, luego hicieron lo propio los padres agustinos en su afán evangelizador y extirpadores de idolatrías.
“Su trascendencia radica en la veracidad de sus predicciones, de lo contrario habría perdido su poder, pero también su relación con la fertilidad y la productividad que se manifestaba en la producción de agua, como símbolo de vida. Este es un mito idéntico a otros lugares donde se rindió culto a dioses similares”, comenta.
Los agustinos describen a este apu como un cerro grande cerca de San José de Porcón, el mismo que tuvo tres peñas, una de las cuales fue Catequil, la otra su madre (Kautaguan), y la tercera su hermano (Piquerao). El nacimiento de este mítico dios, según la leyenda, fue a través de un huevo gigante.
El paisaje asociado con Catequil también incluyó rasgos culturales. Habían edificaciones amplias donde radicaba la gente dedicada al mantenimiento del culto, incluyendo haciendas, mayordomos, sacerdotes, criados y un pueblo para su servicio.
Un dato revelador es que en 2001 en la cima del Cerro Icchal se encontraron más de 700 estructuras. Mientras que en Chulite, excavado en 2003, se determinó que se trataba de un albergue dedicado a los linajes que llegaron en peregrinaje al santuario de Catequil. Y Namanchugo fue el santuario de Catequil que se encuentra en una llanura al pie del cerro Icchal y su estructura tiene forma de “U”.
• ATRACTIVO TURÍSTICO
Tras la Colonia y con el advenimiento de la República, este mito perdió vigencia, pero ahora con las recientes investigaciones con reveladores resultados, han hecho que la población de Santiago de Chuco vuelva a voltear la mirada a este personaje, como uno de sus legados más valiosos con miras a convertirlo en su principal atractivo turístico, puesto que ese apu está rodeado de un extenso y hermoso paisaje.
Huamachuco ya lo está haciendo, con especial acierto desde varios años atrás, a través de la escenificación del Waman Raymi o Fiesta del Halcón, el mismo que congrega a miles de personas a mediados de agosto, a propósito de la celebración de la fiesta patronal en honor a la virgen de la Alta Gracia.
“Si el mito está reseñado en una guía y los turistas extranjeros decidirán viajar a conocer el lugar por más lejos que estuviere, ya que pese a su antigüedad se tienen muchos datos precisos. Algunos amigos de Lima tuvieron tanta curiosidad que se vinieron, montaron en acémilas y llegaron al imponente cerro Icchal. También se puede promover el trekking (caminatas) o turismo de aventura en el trayecto”, comentó el estudio norteamericano, quien se siente muy identificado con la cultura andina peruana.
La fiesta del Halcón El Waman Raymi se presenta en un escenario natural, a la sombra de la fortaleza Wiracochapampa o Pampa de los Dioses o de los Caballeros, donde cada año se congregan más de 10 mil personas que disfrutan de este ritual durante más de hora y media.
Esta representación teatral histórico-cultural se le considera el Inti Raymi del norte y en ella participan más de 180 artistas. Los presentes aprecian danzas autóctonas (Los Inkas, Los Cóndores o Los Canasteros) que salen en el preámbulo de la fiesta. El estruendo de avellanas y cohetes, el humo de las bombardas, fuegos artificiales y luces multicolores contribuyen a recrear el ordenamiento del mundo por el dios Ataguju, principal deidad de la mitología huamachuquina.
Ataguju trae los hombres en la tierra para que trabajen y le rindan culto, pero su territorio es invadido por los temibles wachemines que imponen un gobierno de caos y anarquía. Frente a esta situación, Ataguju busca liberar a su pueblo. Estratégicamente envía en forma de humano a su hijo Waman Suri para que se entregue a los feroces y salvajes wachemines.
Este es sometido por esta tribu, tratado como esclavo y condicionado a las más duros trabajos. En la tribu sobresalía la belleza de la hermana de los wachemines: Kautaguan, quien gustaba ayudar a las personas en desgracia. Ella conoce a Waman Suri y surge el amor entre ambos. Ya imbuidos en un romance inquebrantable intentan escapar, pero son sorprendidos y Waman Suri es quemado vivo.
Fruto de su amor con el hijo de Ataguju, Kautaguan engendra dos huevos. De uno nace Piquerao, quien por su debilidad física está destinado a la extinción, y del otro Catequil, quien provisto de una poderosa honda derrota a las huestes invasoras y luego ruega a Ataguju que envíe hombres renovados a poblar y labrar la tierra.
Es entonces surge el reino de los wamachucos, conformado por cuatro huarangas: Llampa, Huacapongo, Andamarca y Lluchu, que desarrollan la cerámica, tejido, agricultura y ganadería, además de lograr su expansión ideológica y comercial gracias a la sabiduría de su gobernante, el curaca Tauricuxi. El gobernante ordenó una fiesta en honor a Ataguju, la tradicional Parada del Gallardete, como culto a la fertilidad de la tierra.
Durante esta actividad participa el xulcamango, hechicero de los Wamachucos, quien tras invocar a Ataguju entra en trance y advierte sobre el peligro que se avecina por el sur, desde donde un poderoso ejercito procedente del Cuzco sometía a los pueblos vecinos.

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