Los imponentes castillos de Virú


Guido Sánchez Santur
sasagui35@gmail.com

El territorio de La Libertad está regado de vestigios históricos. En cada provincia encontramos evidencias de las diversas culturas que florecieron en épocas distintas. En Virú, a escasos 45 minutos de Trujillo, se encuentran restos arqueológicos que revelan la evolución cultural de las antiguas civilizaciones del norte peruano.
La evidencia más enigmática está en Queneto con sus plazuelas diseñadas con pesadas piedras talladas. Y en la parte central de la plaza principal se yergue imponente una roca alargada que los estudios la denominan “menhier”.
De una época posterior son los monumentos de adobe construidos sobre elevaciones geográficas (cerros). Algunos investigadores señalan que estas edificaciones estuvieron estratégicamente ubicadas y desde donde los vigías se comunicaban entre sí, avisando de alguna amenaza enemiga u otra noticia de los sucesos de estos reinos.
Son ocho los sitios arqueológicos con esta característica: el Cerro Queneto, Saraque, Napo, Virú Viejo, Santa Clara, Huaca Larga y los castillos de Tomabal y Huancaco. El arqueólogo Santiago Uceda sostiene que los cerros tuvieron una fuerte connotación en la mitología costeña de los moches.
Desde cualquiera de estas construcciones antiguas se observa a las otras, extendidas a lo largo del valle Virú, donde ahora los agricultores cultivan arroz, maíz, frutales y caña de azúcar.
Un poblador de la zona refiere que en la década del 70, después del terremoto que azotó la región, la agricultura quedó diezmada y la pobreza empezó a azotar a las familias. Pero el movimiento sísmico también había agrietado y derrumbado las estructuras de las principales construcciones pre incas, dejando a la vista valiosas piezas de cerámica que los lugareños recogían y las ofrecían al mejor postor.
Casi toda la población se dedicó a extraer esta riqueza arqueológica porque su venta se convirtió en atractivo negocio. Dizque conocidos personajes trujillanos llegaban con maletines llenos de dinero para comprar los objetos (de oro, plata y cerámica) que luego los vendían a coleccionistas nacionales y extranjeros.
• CASTILLO DE TOMABAL
Tomabal es una construcción de la época Gallinazo. Tiene cinco plataformas superpuestas en forma piramidal, cuya base está cimentada en piedra y adobe y data de 400 años a.C. hasta 200 años d.C. cuando empieza la cultura Moche. Posee cerámica, cementerios, pintura mural, nichos empotrados y el algarrobo es usado en los dinteles de las edificaciones.
El investigador Cristobal Campana, en su libro La Cultura Mochica (1994) lo describe como una construcción de adobe entretejida con varas de algarrobo, sobre una colina rocosa y un pórtico de grandes dimensiones.
La presencia de rampas y caminos laterales, adobe, pintura, estructuras centrales, ingresos y el acabado de sus construcciones indican la importancia del castillo.
El adobe utilizado es de tipo Gallinazo elaborado en gaveras de piedra (se deduce por las líneas que tienen) en contraste con la gavera de carrizo utilizadas anteriormente.
Los primeros hallazgos identificados en la década del 40 están en el Museo Larco Herrera en Lima. La característica de estos hallazgos tiene similitudes con la cultura Cupisnique.
Las paredes estuvieron adornadas con figuras geométricas en alto relieve. Muestras de éstas se encuentra guardadas en lo que será el Museo de Sitio de Tomabal. Ahí mismo se alberga la hermosa y delicada cerámica ornamental y religiosa salvada de la amenaza de  los "huaqueros", entre los que destacan los cántaros intactos que fueron excavados, en los que guardaban chicha. Este es el mejor testimonio de la grandeza de esta cultura. Además hay osamentas de las tumbas aledañas a la arquitectura del Castillo.
El Castillo de Tomabal fue reconocido como monumento arqueológico mediante la ley Nº 24047.
El rescate de este legado arquitectónico se inició con las investigaciones por parte de un equipo de arqueólogos financiados con recursos del Proyecto Especial Chavimochic en convenio con el Instituto Nacional de Cultura (INC), durante la construcción del Canal Madre.
Estos estudios permitieron recabar valiosa información sobre la arquitectura, cerámica y costumbres de sus edificadores. Entre los restos de una tumba Moche, en 1993, se encontró una maqueta de muy fino tallado en madera de algarrobo que representa a unos de esos templos.
Es impresionante apreciar los restos de las murallas que protegieron el castillo de los ataques enemigos. Son muy elevadas y algunas llegan hasta el nivel del mismo cerro.
Campana dice que a este castillo lo constituyen “un grupo de pirámides” conocido como Huancaco, una de cuyas construcciones tiene más de 18 metros de alto.
A partir de 1998 se desarrolló un proyecto de excavaciones a cargo del estudioso canadiense Steve Bourget y el arqueólogo trujillano Heysen Navarro, cuyos resultados fueron valiosos para conocer la importancia de esta cultura.
Tales los trabajos consistieron en el levantamiento de planos con un teodolito electrónico y la constatación de la arquitectura que permitió identificar la existencia de 46 ambientes intercomunicados a través de pasadizos, escalinatas y corredores en zig zag. Muy novedosas para la época. Esto difiere en algo con las características de las construcciones de origen Moche.
Todo indica que se trata de un edificio de élite y mucho lujo, lo cual se deduce también por el tipo de cerámica ceremonial existente (platos) en los que se habría colocado ofrendas durante las celebraciones rituales.
Otro atractivo son los indicios de murales encontrados en algunas paredes. Los colores comunes son el blanco y hasta cuatro tonalidades del rojo, amarillo, azul verdoso, negro azabache y negro brilloso.
Esas investigaciones reforzaron la necesidad de preservar y poner en valor este monumento que se constituye en uno de los importantes atractivos turísticos del valle Virú. Un verdadero reto para las autoridades y la comunidad.

Un día con la santísima Cruz de Motupe

Por: Guido Sánchez Santur
sasagui35@gmail.com

Desde niño escuché hablar de la milagrosa Cruz de Motupe, sagrado madero que se venera en el distrito de Motupe (Chiclayo, Lambayeque) desde 1866, tras ser tallada por el fray Juan Agustín de Abad. Mis padres y vecinos hablaban con mucho respeto y devoción cuando se referían a esta imagen, similar a cuando mencionaban al Señor Cautivo de Ayabaca, atribuyéndoles poderes superiores, los que sustentaban con numerosas historias de milagros.
Eso despertó mi curiosidad y me empeñé en conocer ese ya mítico lugar, pero no lo hice hasta esta semana que me conté entre los miles de feligreses que iban y venían ansiosos por tocar el milagroso madero, aprovechando la celebración de su fiesta central, que se inicia el 2 de agosto y se prolonga hasta el día 14 del mismo mes.
Hemos arribado la mañana del día 3 de agosto y la sagrada cruz ya se encuentra en la capilla del caserío Zapote, donde se aprecia una larga cola de feligreses que avanzan lentamente para cumplir con su promesa de dejarle una velas y elevarle sus rogativas de agradecimiento por los favores concedidos o para pedirle un milagro: la recuperación de bienes perdidos, la consecución de un trabajo, la sanación de una enfermedad incurable y una infinidad de males a los que se les busca una solución sobrenatural.
“Conozco el testimonio de un amigo de Tacna que tenía un hijo enfermo al que los médicos no le encontraban la cura, hasta que llegó aquí y sanó por un milagro. Al año siguiente vi al menor que vino caminando. Estos son hechos que demuestran la fe de la gente que le pide de corazón a Dios. También hay favores que a la gente humilde le ha concedido, como abundancia en la cosecha”, relata el párroco, un motupano de pura cepa y, por ende, jocoso y dicharachero. Nos detalla que muchos creyentes vienen de diferentes ciudades del país y del extranjero, por eso la gente de aquí se prepara durante el año para recibirlos.
La fila continúa interminable, pese a que a las 11 de la mañana, la sagrada imagen será sacada al patio, donde se habilitó un estrado para la celebración de la misa. Desde aquí, el sacerdote dirige su homilía, en la que reflexiona sobre la necesidad de que cada uno sea coherente entre sus peticiones y sus actos.
Terminada la misa, el sacerdote procede a bendecir con agua bendita la funda de la cruz, donada por un devoto, como todos los años. Ahí mismo consagró las réplicas, imágenes, cuadros y los recuerdos alusivos al sagrado madero que levantaban en alto los devotos.
Después de la misa, la cruz regresa al templo, y una hora después, ya en su reluciente funda de plata que recién estrena, es llevada en hombros con destino al centro poblado Salitral, donde la esperan sus devotos para recibirla al son de la marinera, exhibición de caballos peruanos de paso y fulgurantes fuegos artificiales. La procesión llega cinco horas después.
Un día antes, el 2 de agosto, había sido descendida de su gruta, que se ubica en el cerro Chalpón, a través de un empinado y peligroso tramo, cuyo avance se aligera, gracias a las escaleras construidas para facilitar el acceso.
El aposento de la santísima cruz es un gran santuario, donde la gente no cesa de prender velas y rezar, no sólo en esta temporada de fiesta, sino todo el año. Se estima que durante los 12 meses arriban al menos 500 mil visitantes, quienes dejan, impregnadas en la roca, fotografías de niños y adultos, hombres y mujeres que esperan un milagro, algodones y cartas con peticiones; inclusive, decenas de placas de quienes colaboraron para construir esta morada de concreto.
El regreso es alentador, con el espíritu en calma, luego de la promesa cumplida y el camino en descenso, el trayecto más sosegado. Al pie del cerro Chalpón dos niños recogen el agua ‘milagrosa’ de una vertiente y la venden a los devotos. Mientras que a lo largo del camino los viandantes nos ofrecen variados dulces, frutas, imágenes, recuerdos, música y videos. Me llama especialmente la atención la venta de una pomada de grasa de iguana, en casi todas las esquinas, y para hacer más llamativa la oferta los ‘curanderos al paso’ tienen algunos ejemplares del reptil sacrificados.
• DÍA CENTRAL
De Salitral, el 4 de agosto, la cruz fue llevada en otra procesión hasta Motupe, donde la esperaron con algarabía, pues su ingreso triunfal, alrededor de las 5 de la tarde, ocurrió entre repiques de campanas, detonación de cientos de cohetes, bombardas y aplausos de los miles de pobladores que se congregaron para darle la bienvenida y acompañarla hasta el templo San Julián. Aquí descansó y quedó lista para los festejos centrales que se celebraron el jueves 5, con una misa, procesión hasta la madrugada, serenata y bailes sociales.
A las 7 de la noche del viernes salió otra vez en procesión por las calles de Motupe, luego retornó al templo para su veneración hasta el 14 de agosto, cuando se celebra la misa de despedida en el parque principal, de donde parte a Zapote, pasando por Salitral, de donde ascenderá a su gruta. Aquí queda hasta febrero del año siguiente, fecha de su fiesta de medio año, cuando otra vez baja al templo del pueblo para ser venerada por sus devotos.
EL DATO

Historia de su hallazgo

La devoción a la Santísima Cruz de Motupe se inició el año 1860, cuando Fray Juan Agustín de Abad, de la orden franciscana, habitaba en el Cerro Chalpón, recogido en oración, en pos de alcanzar la santidad. Era frecuente que recorriera las calles de los pueblos aledaños, donde celebraba misas, bautizaba y rezaba el Santo Rosario, hasta que un día partió sin dejar rastro alguno.
Previamente comunicó a la gente que en el cerro Chalpón, Cerro Rajado y Cerro Penachí, dejaba cruces de grandes dimensiones labradas por él en árbol Guayacán, las mismas que deberían ser halladas y consideradas protectoras del lugar. Muchos buscaron, pero no las hallaron hasta que el 13 de octubre de 1866 llegó la noticia del fallecimiento del sacerdote, víctima de la Uta.
Luego prosiguió la búsqueda y el 5 de agosto de ese mismo año, el joven cuyo José Mercedes Anteparra Peralta, encontró la Santísima Cruz en la cumbre del cerro Chalpón, incrustada en una gruta o cueva, tras lo cual el obispo de Trujillo lo nombró primer mayordomo, responsabilidad que asumió hasta su muerte el 10 de abril de 1921.