Gallos de pelea, una vieja tradición

Guido Sánchez Santur

“Se puede ser caballero sin ser gallero, pero no se puede ser gallero sin ser caballero”. Esta es un máxima que la tienen muy presente los aficionados a las peleas de gallos, una tradición peruana que fortalece la identidad y que la misma Chabuca Granda le tributó un merecido homenaje a través de su canción ‘El gallo Camarón’.
Desde niño tuve curiosidad por estas fugaces batallas de gallos finos en los coliseos repletos de público, aunque nunca me atreví a apostar porque consideraba que eso era cosa de “de grandes o experimentados”.
Las veces que asistí a presenciar estos combates siempre se trató de gallos de a pico, es decir aquellos que salen al ruedo provistos de espuelas de hueso o metal atadas a las patas, con las cuales atacan y diezman al contrincante.
Sabía de otro tipo de gallos, los que pelean utilizando navajas, pero conocía poco de sus características, hasta esta semana que llegué al galpón de Rodolfo Novoa Gutiérrez, un gallero empedernido, donde nos adentramos en este fascinante mundo que despierta pasiones y controversias.
Los aficionados a los gallos de a pico están distribuidos en Pucallpa, Piura, Tumbes, Lambayeque, La Libertad, Cajamarca, Amazonas y San Martín. Mientras que los navajeros se encuentran en Ancash, Lima, Ica, Arequipa, Junín, Cusco y también en Lambayeque, donde hay una fusión con ese otro estilo. La mayoría están agrupados en la Asociación Peruana Criadores de Gallos de Pelea a Navaja, o el Círculo Gallístico del Perú.

¿Dónde se inicia esta práctica?
Existen diferentes versiones, pero la mayoría coincide en que fue en el Asia. Luego en Roma (Italia), los centuriones los utilizaban para darles valor a sus soldados, organizando peleas antes de cada batalla.
Después pasa a España y de ahí al Perú. Aquí, a principios del 1900, aparece la modalidad de ‘gallos navajeros’ que se caracteriza por ser la más violenta y de ataque sorpresivo. Estos estaban en manos de los hacendados hasta la Reforma Agraria, tras lo cual la crianza se popularizó.
Inicialmente estos gallos pesaban un promedio de 6 kilos, eso les daba mayor fuerza y contundencia durante el ataque, pues una pelea no dura más de tres minutos, y lo más rápido de una muerte puede ocurrir hasta en un segundo.
El peso promedio actuar oscila entre 3 y 4 kilogramos, pero matan con los mismos tiempos.Pueden empezar a pelear desde el año y medio hasta los cuatro. Un año en un gallo equivale a 11 años en un ser humano.
 
¿De dónde le sale esa bravura?
Novoa Gutiérrez explica que la madre (gallina) le enseña a pelear como una forma de defenderse de los depredadores. Con ella, los pollos permanecen hasta los tres meses, lapso en el que siempre se enfrenta a cualquier amenaza que se presente; luego estos pelean por ella en caso de peligro.
Esta vez, no fue necesario observar una pelea, bastó el tope de dos ejemplares para corroborarlo. Están sueltos en el coliseo, los primeros segundos parecen temerosos, luego uno y otro se desplazan lentamente, tratando de rodearse, y en el momento menos esperado uno ataca con tal violencia que su contrincante entierra el pico en la arena y rueda por el suelo. El criador se apura en apartarlos a fin de evitar que se lastimen innecesariamente.
Aunque esta bravura no es la constante, a veces se ha visto que antes de la pelea alguno corre atemorizado, u otros lo hacen tras los primeros golpes y heridas recibidas. En general cuando el duelo comienza no hay vuelta atrás, uno queda tendido en la arena, sin vida.

La crianza
Generalmente, un buen gallo se le escoge como reproductor con la finalidad de garantizar la prolongación de su estirpe, entre las diferentes razas existentes: castiza peruana, americana, inglés, francés, asie (asiático) entre otros. Al elegir una raza, los criadores se fijan en el color del pico, de las plumas o de las patas, lo cual se logra con los diferentes cruces.
Lo que sí descarta Novoa Gutiérrez es el cruce de gallinas con águilas o halcones porque son depredadores a los que enfrentan estas aves de corral. “Si alguien se ufana de esto definitivamente está mintiendo”.
Después de los tres meses el animal pasa a los corrales de levante donde están hasta los ocho o 10 meses. En ese lapso se separan los machos de las hembras.
A partir de entonces se coloca a los gallos en javas transportables o casilleros individuales para que se desconozcan entre hermanos y se agudice su agresividad (si los dejan juntos no pelean entre ellos). Entre los 10 u 12 meses se produce el desbarbe o corte de la cresta. Cuando cumplen el año y medio se les somete a una preparación en un promedio de cuatro semanas, tras lo cual quedan listos para enfrentarse en duelos a muerte.
Si en alguna ocasión el gallo queda malherido se le somete a un proceso de recuperación de 6 a 8 meses, luego vuelve a la batalla.
La amistad sobre todo
Lo singular de los aficionados es que todos son amigos, y cada encuentro de sus gallos no interfiere en nada en la fortaleza de su amistad. El furor se acrecienta al momento de las peleas, pero cuando éstas terminan se cobra o paga la apuesta, luego se abrazan y brindan, como ocurre en las mejores fiestas.
Los montos de las puestas pueden ser los más insignificantes, pero pueden ir desde los 10 mil hasta los 500 mil soles, monto que se reparte entre los cuatro mejores ganadores de una tarde gallística.
“La satisfacción más grande de un gallero no es el dinero que gana, sino el reconocimiento entre los aficionados, los buenos comentarios que hacen a sus ejemplares, que lo ovacionen; o que se le declare el mejor gallo de la tarde”, advierte Novoa Gutiérrez.
HERENCIA FAMILIAR
Rodolfo Novoa Gutiérrez, un coronel del ejército peruano en situación de retiro, lleva más de 30 años cultivando esta afición, como herencia familiar. Nacido en Santa (Ancash) dice que lleva esta tradición en la sangre. Su abuelo, Oswaldo Gutiérrez Honores, junto a sus hermanos eran conocidos galleros; y su padre Oswaldo Novoa Araico también lo fue.
Ya joven se alistó en las filas del ejército, y en paralelo se inició en esta afición. En este momento cuenta con 70 gallos listos para cualquier competencia, además de otros 300 animales, entre pollos y gallinas reproductoras.
Aquí tiene un administrador que se encarga de velar por la alimentación, mantenimiento y entrenamiento de los gallos, de tal manera que en cada encuentro siempre salgan triunfantes.
Reconoce que ésta es una pasión cara. La crianza de cada gallo desde que nace hasta el día de la primera pelea cuesta un promedio de 3 mil soles. Sus méritos son: tetracampeón en la provincia de Santa, finalista en Lima y en el cotejo nacional de criadores.
Respecto de las voces que se oponen a esta tradición, Novoa Gutiérrez, defiende que se trata de un acto cultural, al igual que la corrida de toros o los caballos peruanos de paso, todos reconocidos por el Instituto Nacional de Cultura (ahora Ministerio de Cultura).