Los delfines de Puerto El Morro

Por: Guido Sánchez Santur
“Puerto El Morro, pueblito pesquero, tradicional por sus pescadores que se levantan muy temprano a recorrer su hermoso lugar…Son sus hombres fuertes y laboriosos, trabajadores llenos de alegría…Sus mujeres sencillas y honestas, plenas de tanta bondad…..Y su gente que viene a observar a los delfines en el mar con su diario coqueteo singular…”.
Con este saleroso y pegajoso sanjuanito que baila un grupo de niños, nos reciben (a un grupo de 53 periodistas extranjeros) calurosamente y muy emocionados los pobladores del Puerto El Morro, a hora y media al sur del cantón Guayaquil, en la provincia del Guayas (Ecuador).
Con entusiasmo nos comentan las maravillas que nos esperan más allá de tierra firme, siguiendo la ruta de los manglares. Terminado el ritual de acogida, nos muestran el centro de interpretación y nos alcanzan los chalecos salvavidas, antes de abordar las embarcaciones. Dejamos atrás el puerto y navegamos por un recodo del amplio estero y el exuberante manglar. A medida que avanzamos apreciamos la diversidad de aves marinas que revoletean en el bosque, unas más impresionantes que otras, entre las que destaca la estirada Garza Rosada. Se estima que en este lugar habitan cerca de 3 mil especies de aves; por eso, el mes de octubre arriban observadores de aves de distintos países.

De pronto, a lo lejos apreciamos que en mar se mueven unos bultos de color negro. Agudizamos la visión y el guía nos confirma que se trata de los delfines que nadan a ras del agua, luego parece una alerta y empieza el “cacerìa” de imágenes.
Salta uno por un lado, otro aparece más allá, se aproximan a los botes, pasan por debajo, zambullen, nadan de en pareja; mientras los fotógrafos disparamos sin cesar. Me da la impresión que los delfines jugaran a las escondidas con nosotros porque apenas aparecen, de inmediato se sumergen y vuelven a salir, dejando escapar si singular silbido. Así transcurrió casi una hora, persiguiéndolos con los botes con el afán de captar la mejor imagen. Con la emoción a flote por tan grata experiencia, el guía nos indica que debemos continuar la ruta, donde observamos que en la orilla unos pescadores con sus pequeños botes o caminando por la playa y entre los manglares, capturando cangrejos, conchas o almejas.

Más allá descendemos en una estrecha playa y nos adentramos al bosque por un puente construido con madera, hasta unas escaleras por las que ascendemos a un mirador que sobresale entre la copa de los árboles, desde el que admiramos la frondosidad de la vegetación y el extenso brazo del mar que se abre paso entre los manglares.
Bajamos e iniciamos el regreso en nuestra barca, bajo un radiante sol, pero refrescados por la brisa marina y las ráfagas de viento que suelta el manglar.
Ya en tierra firme, la vicepresidenta de la asociación Puerto El Morro, Luciana Anastasio Jordán, nos explica que la Ruta de los Delfines tiene un recorrido de dos horas, trayecto en que los cetáceos están distribuidos en diferentes sectores, desde la salida en el muelle artesanal, pasando por la Boca de Posara y la isla Manglecito.
Agrega que, según el último conteo realizado el año pasado, en este ecosistema habitan más de 100 delfines, de la especie conocida como Pico de Botella. La mejor hora para observarlos es en las mañanas, pero con un poco de suerte tambien en las tardes, aunque con menos posibilidades. Estos animales están dentro del estuario, un área protegida que fue declarada en setiembre del 2007.
Mientras conversamos, las cocineras nos ofrecen los exquisitos platos típicos, como la liza asada con menestras, sopa de cangrejos, ensalada de cangrejos, ensalada de conchas, entre otros que son preparados con productos pescados en los manglares.
“A través del Ecoclub Los Delfines, invitamos a las familias que vengan a conocer los exuberantes manglares, los delfines y las fragatas. Este es un pequeño poblado que los recibe con los brazos abiertos”, nos dice Anastasio Jordán, mientras nos despedimos, y caminamos entre los pescadores que cargan pesados sacos con cangrejos.
EJEMPPLO A IMITAR

Los 40 miembros de la Asociación Ecoclub Los Delfines de Puerto El Morro están abocados a ordenar la prestación del servicio con sus 15 embarcaciones, pero sin descuidar la protección de la reserva para evitar el alejamiento de las aves.
Esta actividad involucra a guías locales, operarios, motoristas, cocineras y niños que hacen representaciones teatrales. De los ingresos que se obtienen por concepto de los paseos a los turistas, los dueños de las embarcaciones hacen un aporte que es depositado en una cuenta, y cuando es necesario cubrir algún gasto de recurre a ese dinero.
Esta asociación se creó hace seis años, a iniciativa de Simeón Figueroa, quien propuso el proyecto, a su retorno de Taiwán. Su aspiración no sólo era darle un carácter turístico, sino preservar el ambiente, ya que nadie respetaba este recurso (arrojaban basura al mar, talaban el mangle, etc.). “Todo eso funcionó y ahora somos una asociación socio-ambiental”, asegura Anastasio Jordán.
Gracias a esta organización se puso en marcha un proyecto de siembra de mangles en dos hectáreas y se maneja el cangrejo con vedas dos veces al año en épocas de reproducción. Además, periódicamente organizan minkas para la limpieza del ámbito urbano y en los esteros con participación de la comunidad y en coordinación con el Ministerio del Ambiente y las autoridades de la comunidad. Los desechos se reciclan (botellas de vidrio y plástico) a fin de reaprovecharlos.
Se conoció que el año pasado este atractivo recibió alrededor de 8 mil turistas, aunque algunas épocas los días feriados llegaban hasta mil visitantes.

Talara y sus lobos enamoradizos

Por: Guido Sánchez Santur

Cuando bajamos del bus nos abriga el calor de su clima tropical y nos acoge la calidez de su gente norteña, salerosa, dicharachera y querendona. Así es Talara, una provincia que pertenece a la región Piura, al norte del Perú, y cuya población todavía no puede apartarse de su su fantasía: su pasado esplendoroso, aquellos años “cuando los “gringos” administraban las empresas de extracción y refinería de petróleo. Se trabajaba fuerte, pagaban bien y había de todo”. Esta frase melancólica la escuchamos en cada esquina.
Salgo de mi hospedaje y en una mototaxi me dirijo al puerto en busca de una lancha para hacerme a la mar en pos de los lobos marinos que tanta fama les han hecho los mismos talareños. Ellos se sienten orgullosos porque consideran tener un pedacito de Paracas, la más grande reserva que protege a esta especie marina, al sur del país.
Estoy parado frente al muelle y el panorama es sorprendente. Más de 200 lanchas grandes y pequeñas acoderadas en esta pequeña bahía. No es para menos, es feriado y los pescadores han parado las máquinas para festejar.
Mientras algunos pescadores apuran el traslado de la pescada extraída en la madrugada, otros se aprestan a sacar los motores fuera de borda para ponerlos a buen recaudo. En la orilla filetean el pescado y lo ofrecen a precios ganga o preparan su ceviche al paso. En medio de este barullo nos abrimos paso entre el griterío en busca de nuestro bote que nos adentrará en el mar. Un viejo pescador que parcha su red, con una amplia sonrisa, nos recibe un gusto accede a llevarnos. Avanzamos despacio, entre las aves marinas que revoletean. Desde que partimos nos encontramos con lobos solitarios que se aproximan a los botes en busca de alimento. Avanzamos, y en una enorme boya avistamos que descansa y toma sol un viejo lobo. Su soledad y quietud me recuerda que estos animales están camino a la extinción debido a que el ser humano los cazaba para obtener carne y aceite, pero la principal razón era la piel de las crías recién nacidas, llamadas "popos" usada en peletería (trajes confeccionados con cuero). Los pescadores hacen lo suyo, ellos los asesinan porque se comen los peces o quedan atrapados en sus redes y las destrozan.
Seguimos el trayecto y en la orilla, junto a un acantilado convertido en mirador, desde el litoral, apreciamos una manada de lobos descansando entre las rocas, entrando y saliendo del mar, disputándose las hembras o simplemente jugando entre sí.
Otros se aproximan a nuestro bote y hacen piruetas como si quisieran ofrecernos un espectáculo, demostrando sus habilidades. Más allá un macho y una hembra se persiguen, se encuentran y salen a la superficie con la trompa en alto muy juntitos. No sabía que estas especies son tan querendonas, expresivas y exhibicionistas.
Realmente es una escena espectacular. Regresamos y en otra boya encontramos una loba descansando y que se asusta con el sonido del motor. En esos momentos aparece su pareja que desde el agua merodea y observa si ella sigue allí, logrando que se lance al agua.
El guía nos dice que nos debemos temer, pues estos animales son pacíficos y que inclusive uno se puede bañar junto a ellos; aunque al verlos bostezar, su apariencia con sus filudos colmillos, nos inspiran respeto.
Existen dos tipos de lobos: chusco, sudamericano, de un pelo, león marino del sur o león marino sudamericano (otaria flavescens) y tienen hasta 300 kilos de peso (los machos adultos, el doble que las hembras), prefieren las playas arenosas para congregarse; y los finos (arctocephalus australis), de cuerpo más esbelto, que se reúnen en las roquerías y salientes inaccesibles del litoral. Ambas especies se reproducen entre noviembre y marzo, meses ideales para su observación.
Desde el mar apreciamos la chimenea en la que los trabajadores de Petroperú queman los gases excedentes de la refinería; una pequeña playa blanquecina, donde las familias acuden a broncearse y esa flota de naves pegadas a la orilla, entre las que también están los barcos que cargan el petróleo o que son utilizadas para trasladar las estructuras de las estaciones petrolíferas que están en alta mar.
Al salir a tierra firme, ingresamos al mercado que está frente al mar, donde el principal producto de comercialización es el pescado y maricos. Ahí una veintena de jóvenes, expertos con el cuchillo afilado, filetean los pescados más pequeños a fin de ofrecerlos a las “chicherías” donde los preparan como ceviche o en chicharrón. Una delicia.
Con esta imagen impregnada en mi memoria regreso, con el firme propósito de regresar a caminar los senderos a la Punta Balcones, la playa Las Capullanas (la más enigmática de Talara) y su exquisita comida, en base a pescados, por su puesto.
HISTORIA LIGADA AL PETRÓLEO
Talara está ubicada al norte de Piura, entre los cerros de Amotape y el mar. Fue creada el 16 de marzo de 1956. Se precia de poseer las playas más hermosas de la
la costa norteña como Máncora, El Ñuro, Los Organos y Cabo Blanco.
La ciudad capital es un puerto que llegó a producir más del 90 por ciento del petróleo peruano. Aquí se encuentra la refinería y las plantas de almacenamiento de crudo más importante de la costa norte, además de una numerosa flota pesquera. En la cercana localidad de Negritos se explotan varios yacimientos bajo la modalidad de contratos a terceros.
El sabio Antonio Raimondi escribió que en Amotape existe asfalto que mezclado con arena arcillosa se presenta en masas de color próximo al chocolate, con ligero bituminoso; y que al fuego se inflama y quema con llama fuliginosa.
En 1849 llegaron los primeros buscadores de petróleo que escondía la superficie árida y desértica. Así nace Talara como un campamento hasta transformarse en una gran ciudad.
A Talara se llega partiendo de Piura en ómnibus en un recorrido de 120 kilómetros. Todos sus distritos están conectados con la capital a través del servicio de combis o buses; mientras que por vía aérea, se puede llegar al aeropuerto FAP. Capitán Montes.
La provincia de Talara, cuenta varios recursos turísticos: Balneario de Máncora, Playa Cabo Blanco, Punta Balcones, Bosque Pariñas, Cerros de Amotape, Yacimiento de Fósil de Ballenas, Plataforma del Zócalo Continental, Refinería de Talara y el Centro Cívico de Talara.