Tras las huellas del Dios de las Montañas

Guido Sánchez Santur
sasagui35@gmail.com
Moche es tierra de mitos, leyendas y tradiciones, valores latentes en la memoria colectiva de los herederos de esa ancestral civilización que consolidó los cimientos de su imperio en base al barro y al algarrobo, con los cuales edificó templos y fortificaciones imponentes que hoy admiramos en la costa norte del Perú.
Cultores de la orfebrería, la arquitectura, la agricultura, la cerámica y grandes astrónomos guiaron sus ideales en torno al poderoso Dios de las Montañas, de quien dependían las lluvias, las buenas cosechas y los triunfos en las guerras; en consecuencia, le tributaban periódicos rituales y sacrificios humanos.
Estos ritos se remontan a una leyenda que los abuelos mocheros cuentan a sus nietos. Ésta refiere que hace mucho tiempo, en la “época de los gentiles, una descomunal serpiente de dos cabezas se comía a cuanto hombre o animal encontraba a su paso. Su presencia desencadenó la huída de los sobrevivientes hasta las faldas del Cerro Blanco y cuando estuvo a punto de devorarlos, la roca se abrió y entraron algunos aldeanos, y con ellos el ofidio, cerrándose a su paso”.
Dicen que la línea negra que, como una faja circunda el cerro Blanco, sería la cicatriz que quedó, a consecuencia de ese agrietamiento. Los mocheros creyeron que el cerro era mágico y consideraron que el Dios de las Montañas los había salvado, y como tributo construyeron, en su honor y a sus pies, el templo de la Huaca de la Luna, fundándose la ciudad que ahora los arqueólogos tratan de desenterrar para desentrañar sus secretos.
Esta es un de los mitos que explica el hehco de que la Huaca de la Luna fuera levantada a la sombra del cerro Blanco, un templo convertido en un espacio sagrado, de comunión entre hombres y dioses.
Esta narración nos adentra en el corazón de esta maravilla arqueológica, a la que ingresamos por el lado de los sacrificios, donde se encontró evidencias de que al menos 150 personas fueron ofrecidas al Dios de las Montanas para que sofoque un fuerte fenómeno El Niño. Esto habría ocurrido hasta en tres oportunidades. Los cadáveres quedaron a la intemperie, en el Templo Viejo.
En los murales plasmados en altorrelieve al interior del templo se encuentran representados el Dios de las Montañas y la serpiente de dos cabezas, en su forma real o antropomorfa, con características de demonio.
Aquí se concretaba la principal ceremonia a cargo de los oficiantes: que empezaba con un combate ritual y terminaba con el sacrificio de los vencidos y la entrega de la sangre al sacerdote guerrero. En esos tiempos el poder de la sociedad estaba en manos de los sacerdotes que, primero eran los intermediarios entre los moches y sus dioses, luego conquistaban vastos territorios que incluyeron los valles vecinos.
Con sus 12 mil metros cuadrados de murales policromos el templo viejo se convirtió en un ejemplo de tecnología constructiva con adobe, que los moches dominaron a la perfección.
El diseño y complejidad de sus pinturas murales constituyen una riqueza iconográfica y estética de valor universal que responde a un patrón que se manejó a lo largo de siete siglos.
Entre los años 550 o 600 de nuestra era este templo fue abandonado, supuestamente a causa de las sequías e inundaciones que puso a prueba la eficacia de los sacerdotes, quienes a pesar de los rituales, de los sacrificios humanos y otras ofrendas, la ira del Dios de las Montañas no fue aplacada.
Desde entonces los sacerdotes no fueron más vistos como intermediarios ante los dioses. Habían llegado su fin, y los habitantes de la ciudad empezaron a tomar el control del poder político y económico.
SEGUNDA FASE
Hasta ese entonces, la huaca del Sol no era más que un pequeño edificio, pero al ser abandonado el Templo Viejo, se inició un proyecto arquitectónico destinado a construir el edificio de dimensiones monumentales que aún hoy apreciamos, a pesar del paso del tiempo y del afán destructor del hombre.
En una parte más elevada y pegada al cerro está el Templo Nuevo, cuyos altorrelieves presentan una historia de caos y cambio. Ya no se observa más al Dios de las Montañas, sólo dibujos geométricos, de tejedoras y objetos animados, algunos luchando contra los hombres.
Esa es la época de la caída de los sacerdotes, subyugándose al poder político que se plasmó en una sociedad constituida por los hijos de los moches: los Chimú.
La huaca de la Luna es abandonada en el 850 de nuestra era, pero en sus alrededores, en la campiña, habitan hasta hoy los herederos de su riqueza cultural. En cada rostro cetrino, curtido por el sol, se adivina la imagen de aquellos magníficos hombres creadores de la cerámica más hermosa y los mejores orfebres del mundo, de los constructores de la ciudad más sagrada del norte del Perú en tiempos prehispánicos: los moches. Esta ciudad fue un sitio de peregrinación religiosa, incluso tras la invasión inca.
MUSEO DE SITIO
Se encuentra a 500 metros de la Huaca de la Luna y exhibe parte de la colección de piezas arqueológicas encontradas en las excavaciones en la ciudad sagrada. Tiene tres salas con vitrinas temáticas que representan aspectos de la vida diaria, el entorno de los moches, el culto al poder y al Dios de las Montañas.
Complementa el recorrido a la Huaca de La Luna con videos que reviven la iconografía moche; y mustra los ceramios de gran belleza, originalidad y simbología (pato guerrero, sacerdote ciego con escarificaciones en el rostro y en evidente trance shamánico y el manto felino, forrado en láminas de oro con soporte de algodón y cuero, decorado con plumas. Era utilizado en rituales como la ceremonia de la coca).
También nos ilustra con estatuas de arcilla que representan a los prisioneros desnudos, la porra de madera con manchas de sangre, etc. Aquí termina un itinerario mítico, místico e histórico que se confunde con la leyenda y la tradición, matizada con la exquisitez de sus platos típicos. Una experiencia inolvidable.

Chulucanas, tierra de ceramistas

 Guido Sánchez Santur

La expresión artística más tangible y evidente de los pueblos preincas fue la cerámica, a través de la cual expresaron sus actividades rutinarias, sus creencias y su cosmovisión del mundo mítico. Este arte también permitió conocer el grado cultural que alcanzaron.
La cultura Vicús que se asentó en el territorio de Chulucanas (Piura) tuvo un enorme auge cultural, irradiado a otras civilizaciones de menor desarrollo, tal cual se aprecia en su cerámica excavada en el cerro del mismo nombre, a tan sólo siete kilómetros al sur oeste de la ciudad.
Parte de estos vestigios forman parte de colecciones particulares, pero la gran mayoría están catalogados en el museo José Antonio Eguiguren de Piura, donde se les destinó una galería especial.
Como prolongación de este arte, el poblador chulucanense contemporáneo heredó esa habilidad de trabajar la arcilla a la que convierte en una hermosa cerámica que parece losa, de colores cálidos y figuras de estilo propio y motivos regionales.
Esta característica dio lugar a una alta cotización en el mercado nacional y en el extranjero (América Latina, Europa y, con mayor énfasis, en Estados Unidos). Por eso, muchos pobladores se han dedicado a esta actividad y en sus mismas viviendas improvisaron talleres que, a su vez, sirven de espacios de entrenamiento para los jóvenes aprendices.
El más famoso de los ceramistas de esta tierra es Gerásimo Sosa, cuyo nombre es sinónimo de calidad, pulcritud y belleza. De él han aprendido la mayoría de artistas que hoy trabajan la arcilla, y sus obras son el atractivo principal de los turistas que arriban al norte peruano, muchos con el único propósito de pisar suelo chulucanense y llegar hasta La Encantada, ese rincón de casas humildes, pero con un enorme espíritu artístico que trascendió la historia.
TRADICION Y FOLKLORE
En las blanquecinas y áridas lomas corren pardas lagartijas, escondiéndose entre la grama salada, los carrizales y cañaverales. Mientras la iguana verde, las tortolitas y las ardillas buscan su alimento en las plantaciones de yuca.
Las garzas han hecho de las orillas del río su morada, revoloteando a la caza de pequeños bichos que son su alimento. Las míticas lechuzas con su sonido tétrico parecen coincidir con el augurio temerario de las abuelas, el canto del gallo y el aullar del perro. Dizque estos animales advierten cuando algún vecino va a morir.
- ¡Ché! eso no es cierto, dicen los más incrédulos.
- ¡Guá!, ya verás, mañana o pasado, se sabrá quién ha muerto, responde el otro, un poco temeroso, pero convencido de la predicción.
COMIDAS TIPICAS
Asimismo, el norte destaca por la exquisitez de sus comidas, pero cada pueblo tiene su sazón especial. Las cocineras de Chulucanas le imprimen un sabor particular al ‘seco de chabelo’ (plátano con carne), muy popular en Catacaos.
Los chifles son otro potaje, que no escapa a la habilidad de la ama de casa chulucanense. También el arroz con cabrito, el plato más exquisito del norte. En ninguna otra parte del Perú se prepara ricura tan igual porque la carne del pequeño caprino adquiere un sabor singular por su alimentación con pasto verde.
Del mismo modo, son exquisitos los sudados de pescado, carne al jugo (con arroz blanco y yuca). La chicha de jora no falta en las picanterías para acompañar el cebiche. Ambos ingredientes son infalibles en la mesa de cualquier reunión familiar o amical que termina con un ‘piqueo’ de pescado o de carne.
• UN DENSO PASADO
Chulucanas es un polvoriento pueblo que pesadamente se levanta desde tiempos inmemoriales de la historia peruana, cargado de cultura y tradición. El calor y la sencillez de su gente son la expresión más pura de su añeja grandeza. Sus antiguos habitantes estuvieron sometidos a los Tallanes, que servían a los Incas, quienes para asegurar la transculturización de esta raza, fuerte y guerrera, trajeron mitimaes de Canas. De esta denominación se desprendería el nombre de Chulucanas, según especulan algunos historiadores.
Otras versiones, con sabor a leyenda, sostienen que la voz Chulucanas deriva del quechua ‘Cholocani’ que se traduce: "Me estoy derritiendo al calor que hace en este lugar". Mariano Felipe Paz Soldán refiere que este vocablo proviene del aimara ‘cholo’ (fruta parecida a la piña).
Durante la Colonia se creó la reducción de Chulucanas y hasta 1837 el lugar era sólo un caserío con 3,000 habitantes. Entonces el hacendado de Yapatera, Francisco Távara, cedió al párroco Mercedes Espinoza un terreno -donde hoy se levanta la ciudad- con la finalidad de que se convierta en pueblo y se repartieran solares a la usanza española. Esta categoría la adquiere en 1839, dejando de ser propiedad de la hacienda.
Esos años el prefecto de Piura obsequia la imagen de San Ramón, que fue colocada en lo que hoy es la catedral de la Sagrada Familia, a raíz de lo cual se le bautizó como Pueblo de San Ramón.
En 1936 se crea la provincia de Morropón, con su capital Chulucanas, cuya sede generó una en disputa que dio lugar a una conocida polémica periodística entre el escritor Enrique López Albújar y el poeta Manuel Manrique Carrasco, natural de estas cálidas tierras.
La tierra del mejor limón
Los arenales resecos contrastan con el verdor del valle que se levanta imponente a lo largo de los caminos de herradura que conducen a las huertas, atravesado por el cristalino río Piura. La ciudad está rodeada de cerros, como el Ñañañique, que cobija restos arqueológicos de la cultura Vicús, unos explorados y otros sin excavar.
Pese a la escasez del agua, en estas tierras se cultiva el mejor limón ácido del mundo. De su corteza industrializada se extrae el aceite con el que los productores conquistaron el mercado europeo. Este cítrico es, además, el ingrediente principal para aderezar el delicioso cebiche, que como en Catacaos, se expende en las picanterías y chicherías.
Otra deliciosa fruta que emana de sus fértiles suelos es el mango, el más sabroso y cotizado en los mercados nacionales y extranjeros, ya sea criollo o injerto que se oferta en México, Estados Unidos, Canadá, Irlanda y otros países. De aquí también sale papaya, naranja y ciruela.
Su riqueza forestal se sustenta en los bosques de algarrobos, materia prima de los pequeños aserraderos donde se confecciona los cajones para el envasado de la fruta.
El asno, animal típico, ha sabido ganarse el aprecio del poblador chulucanense, como en todo el norte. Es una acémila de carga que transporta el forraje para el ganado de engorde, o los alimentos de panllevar, desde la chacra al pueblo.
Este personaje se ha convertido en leyenda, como el perro "biringo", domesticado por los mochicas, chimús e incas. Es heredero directo de ese ancestral pasado que se fusiona con los elementos de la modernidad. Es parte de la misma tradición, el asno o piajeno, el arenal y el algarrobo, de cuyos frutos se alimenta.
Del algarrobo, rico en proteínas, luego de un breve y artesanal proceso se extrae la reconocida algarrobina, de reconocidas propiedades proteicas.

Artesanía en la campiña, herencia de los moches

Cuando mencionamos la cultura Moche de inmediato nos imaginamos los grandes monumentos arquitectónicos, su cerámica, sus coloridos alto relieves, la Dama de Cao o el Dios de las Montañas; pero, junto a ese ingente legado de las antiguas civilizaciones que poblaron la costa norte, ahora encontramos una cultura viva, hombres y mujeres que heredaron sus saberes, en quienes apreciamos no sólo sus rasgos fisonómicos, sino ese quehacer artístico que continúa vigente en la historia contemporánea.
Doris Asmat Azabache (Manos Mocheras), además de los apellidos que heredó de sus ancestros, se enorgullece de llevar en sus venas la habilidad de transformar la madera, cuero y mate en piezas de arte que son admiradas por propios y extraños.
Esta semana partimos en una caminata, siguiendo la vía embloquetada de la campiña de Moche, y al llegar a la extensa vivienda de Doris, la encontramos muy atareada dándole los acabados a un lote de bolsos en cuero, adornados con diseños tomados de la iconografía moche para ser enviados a una tienda de Lima, cuyos dueños quedaron maravillados cuando conocieron estas obras de arte.
En su taller, que ocupa tres ambientes de su casa, incluido su patio, laboran sus hijos, su esposo y otros familiares que, con orgullo, comparten esta actividad, no solo por tratarse de un negocio sino porque son conscientes de que con su trabajo contribuyen a fortalecer la identidad mochera.
En todos lados observamos cuadros de pintura en alto relieve, en los que se combina la arcilla, la sustancia viscosa de la sábila y el óleo; numerosas calabazas con diseños en pirograbado a mano alzada (grabado en caliente, técnica que también se aplica al cuero). Además, hallamos cartapacios, carteras, porta celulares, monederos, billeteras, tarjeteros, bolsones, etc.
Asmat Azabache advierte que lo más requerido por los jóvenes y niños (escolares y universitarios) son los llaveros que se los llevan de recuerdo en sus viajes de promoción.
Estas obras de arte las ofrece en su taller y en el patio de ventas del parador turístico de la Huaca de La Luna, donde permanece desde hace cinco años. Sonríe cuando recuerda cómo empezó, con sólo algunos llaveros y bolsos. Ahora vende más de 800 llaveros semanales y da trabajo a un promedio de 13 personas, en temporada alta.

• ARTE EN MADERA
Oscar Centeno Ñique (Artesanías Centeno) es otro artesano con sangre mochera que ha hecho de esta cultura, una forma de vida. Él empezó fabricando réplicas de muebles coloniales e imágenes de santos, hace 13 años, luego viró a la elaboración de cuadros decorativos con motivos moche, los que ofrece en el parador turístico. Y ahora acondicionó su taller para que los visitantes aprecien su trabajo y compren sus obras.
Ahora talla piezas decorativas y utilitarias, como caracoles, colibríes, servilleteros, cofres en madera. Moldea a la perfección el cedro, caoba y tornillo. “Vivo de la artesanía, me permite mantener mi familia y dar educación a mis hijos”. Su esposa Rosa Valencia lo apoya en las ventas.
El Rostro inconcebible de la Casa del Arte es de propiedad de la familia García Vásquez, cuyos miembros hicieron de su vivienda uno de los primeros talleres de artesanía de la campiña para mostrar a los turistas el legado de los moches.
Segundo García, el más entusiasta, nos abre las puertas con un saludo musical de recibimiento alzando el pututo y la corneta de barro, luego nos explica la forma de preparación de la arcilla con la que elabora las réplicas de la cerámica moche, utilizando moldes y el pintado con tierra de color. También esculpe la piedra y talla la madera.
“Inicialmente hacíamos estos trabajos para mostrarlos a nuestros vecinos, luego empezaron a venir muchas personas que nos compraban, y así estamos más de 8 años, abasteciendo también a las tiendas de este rubro”, asegura, mientras nos muestra la diversidad de piezas que adornan cada esquina de su casa.
Considera que con su obra cuenta la “verdadera historia de los moches” para contrarrestar las frecuentes distorsiones por el desconocimiento de sus raíces.
Estas expresiones artísticas de la Campiña de Moche se complementan con la herencia gastronómica, como la sopa teóloga que la encontramos en cada ramada instalada a la vera de la carretera; el frito, la chicha de jora y las variadas costumbres vigentes.

La herencia artesanal de los moches que está viva en varias familias de la campiña comenzó a integrarse al circuito de la Huaca de la Luna con la ejecución del proyecto Generación de empleo y mejora de ingresos, consolidando el producto turístico Huacas de Moche.
Esta iniciativa comenzó el año pasado y comprende la capacitación a 40 artesanos y regentadores de restaurantes de la campiña de Moche en estándares de calidad de alimentos y bebidas.
Este proyecto se concibió en vista que la cultura mochica logró un gran desarrollo de técnicas artesanales, expresadas en relieves polícromos en sus magníficos monumentos y sus fabulosas piezas de cerámica y orfebrería.
“El objetivo de este programa no sólo es mejorar la calidad de vida de los artesanos, sino fortalecer su identidad sobre la base de la milenaria cultura de sus ancestros”, sostiene Carmela Gamarra Zegarra, responsable de promoción del producto turístico Huacas de Moche.
Agrega que con el acondicionamiento de los talleres para las visitas de los turistas también se ampliará el tiempo de recorrido, a un mediodía, en el circuito turístico de la Huaca de la Luna y el Museo de Sitio, ahora no pasa de tres horas; es decir, que los turísticas necesariamente se quedarán a almorzar, lo cual favorecerá a los restaurantes de la campiña de Moche.
Además, la caminata permite apreciar la tradicional forma de vida de los mocheros, con sus cultivos y huertos familiares, la crianza de aves de corral y los perros ‘calatos’ que se cruzan en el trayecto.
El punto final es el complejo arqueológico Huacas del Sol y de la Luna que constituyeron el centro de poder del milenario pueblo mochica que se desarrolló entre los años 100 y 850 después de Cristo. Aquí se aprecian las polícromas decoraciones y el trabajo de arqueólogos y conservadores. Es una experiencia única, ya que los principales hallazgos los admiramos en el Museo de Sitio.
Generación de empleo

Cachicadán, un paraje de ensueño

“El siglo pasado, a causa del gélido frío en las alturas de Pasto Bueno y Tamboras (Santiago de Chuco), Zoila Gálvez Rondo padeció un reumatismo crónico que le entumeció las extremidades inferiores. Preocupado, su hermano Wenceslao, dueño de las minas de tungsteno ubicadas en esos lugares, averiguaba y buscaba la cura para este mal hasta que se enteró que en el balneario Cachicadán habían unas aguas termales con propiedades curativas.
No dudó y trasladó en andas a Zoila, en un recorrido de 100 kilómetros. Ya en este lugar la colocaron en una sábana y a diario, entre cuatro personas, la sumergían y la sacaban de una poza. Al cabo de tres meses la mejoría fue total y el acontecimiento fue celebrado a lo grande, con la reunión de toda la familia que vino desde muy lejos”.
Esta anécdota la narra, con nostalgia, Pablo Martell Gálvez, representante de la Sucesión Wenceslao Gálvez Rondo, quien recuerda que tras esa experiencia, su antecesor compró terrenos en Cachicadán, entre los que estaban las vertientes de las aguas termales que ahora él administra, en la parte baja del cerro La Botica.
El cerro La Botica es un apu tutelar (3.100 m.s.n.m.) muy importante porque alberga una variedad de plantas y hierbas medicinales que son utilizadas para el tratamiento de diferentes dolencias, a través de la medicina tradicional. Desde su cima se disfruta la belleza de este paisaje de ensueño, donde los colores adquieren mayor intensidad en las tardes soleadas.
Las estrechas y empinadas calles de Cachicadán trasuntan un aire bucólico, con el calor abrigador de este encajonado valle que da pie a un clima cálido muy agradable, bajo un permanente cielo despejado.
Su paisaje es variado gracias a sus diversos pisos ecológicos que ofrecen óptimas condiciones para la práctica de caminatas, cuyo recorrido incluye la visita a sitios arqueológicos, como Las Ventanillas de Paccha, Chulite, Sagarbal o Huacaz.
Pero el verdadero atractivo radica en sus aguas termales que colocan a este pueblo en un potencial destino turístico de tipo medicinal, aprovechando las propiedades curativas de este recurso natural, a las que se puede acceder en el barrio San Miguel, donde está la mayoría de pozas. Muchas familias las acondicionaron en sus propios domicilios para alquilarlas a los visitantes a cambio de un pago de 2 soles.
Estas aguas termales con una temperatura de 70ºC fueron conocidas y estudiadas por el sabio Antonio Raimondi, quien en 1860 escribió que éstas se hallan “en un pequeño llano rodeado de cerros, cubiertos de verdes cultivos de cebada, trigo y maíz, entre los cuales están diseminados varios árboles de sauce y numerosas casitas cubiertas, que dan al conjunto un hermosa vista”.
Agrega que emana de un cerro “cuya roca, en la parte inferior, es un pórfiro traquítico, y cerca del punto donde brota el agua es de naturaleza feldespática con sulfato de barita y sulfuro de fierro. Algunos pasos más abajo se nota otra hoya donde sale en mayor cantidad”. Las califica como ferruginosas, ya que el fierro se halla disuelto en estado de bicarbonato de protóxido.
En 1904 Temístocles Paese las analizó y determinó que estas aguas contienen ácido silícico, óxido de calcio, óxido de hierro y aluminio, óxido de magnesio, cloro, ácido sulfúrico, sodio, potasio, amoniaco, azufre precipitado y otros.
Años después Raúl Flores Córdova advierte que, por su composición química, corresponden al grupo de las minero-medicinales, alcalinas y de primera calidad. Y lo interesante es que son ionizadas.
Entretanto, a 30 minutos de Cachicadán llegamos al caserío Huacaz donde encontramos otra naciente de aguas termales, que se caracterizan por ser sulfurosas, color oscuro con una temperatura promedio de 75ºC.
El encanto de este lugar, rodeado de vegetación, se complementa con su historia perennizada en sus antiguas casonas: Tarnavieski, Hoggmiller, Angeluris y Gálvez. Esta última perteneció al que fuera propietario de los predios donde nacen las aguas termales, quien también instaló la primera fábrica de gaseosas en La Libertad. Razones suficientes para enrumbar a este paraje de ensueño.

La huaca San Pedro y el Dios de la Pesca

La costa norte del Perú fue el escenario donde se desarrolló la Cultura Moche, y en toda su extensión hay indicios de su presencia; por eso, no es de extrañar que en el ámbito de Chimbote encontremos evidencias de asentamientos precoloniales.
Esto nos despertó la curiosidad y enrumbamos a la tierra de la pesca, ese puerto mundialmente conocido por la exportación de harina de pescado. Nos sorprendió que en la parte alta, a la altura del vivero forestal, se levante una construcción preinca en adobe, que se resiste a sucumbir pese al avance de las edificaciones modernas.
Huaca San Pedro, esa es la denominación que recibe por ubicarse en el sector del mismo nombre y que, sin tomar en cuenta su importancia histórica, en algún momento se construyó, en su cima, una estructura con material noble, cuyos restos aún quedan.
Los vecinos recuerdan que cuando se abrían las zanjas para instalar las redes de agua potable y alcantarillado los trabajadores encontraban gran cantidad de restos de cerámica.
El arqueólogo Régulo Franco Jordán sostiene que hace 82 años esta huaca fue declarada monumento arqueológico y 11 años atrás se convirtió en Patrimonio Cultural de la Nación.
En este lugar se encontró una cerámica en la cual se identificó a un personaje mítico bautizado como el ‘Señor de la pesca’, un icono Moche que simboliza la identidad mística ancestral de Chimbote.
La Huaca San Pedro formó parte del complejo arqueológico ‘Monte de Chimbote’, reconocido por la corona española en 1815 como un fundo rústico, por ello constituye un patrimonio cultural de gran valor histórico en la costa norte del Perú.
El edificio monumental y santuario del ‘Señor de la pesca’ fue construido por los moches entre los siglos II y VIII después de Cristo. Se trata de una de las típicas pirámides que se enmarca en un modelo moche sureño, según las recientes investigaciones.
Sus elementos básicos comprenden una pirámide trunca de adobe con lados escalonados y accesos laterales, una plaza ceremonial delantera y construcciones anexas. También hubo un cementerio, murallas y otras estructuras arquitectónicas.
Se supone que en su interior alberga cámaras funerarias pertenecientes a gobernantes de elite y sacerdotes seguidores del ‘Señor de la Pesca’ que serán excavados en los años sucesivos, en el marco del proyecto de Identidad de Chimbote que está en marcha.
En opinión de Franco Jordán el Señor de la Pesca es una escultura de arcilla en miniatura, imagen de la deidad principal del valle del Santa y popularizada en toda la costa norte del Perú hace 1700 años aproximadamente con algunas variantes regionales.
El proyecto se rescate se centra en la protección del sitio arqueológico con un cerco perimétrico, investigación y conservación. A partir de esos trabajos se procederá a darle el acondicionamiento para su aprovechamiento turístico, lo cual implica diseñar un circuito, un parador, señalización y la construcción de un museo de sitio.
Por su ubicación, este sitio se constituye en un mirador natural de Chimbote, desde donde se aprecia la ciudad, el mar y la isla Blanca. El ascenso es una experiencia significativa y gratificante, por eso será muy importante su puesta en valor.

Pueblo Viejo
Al norte de la ciudad de Lima, a dos horas y media de Chimbote, a media hora en auto del sitio de Palamenco, donde existe más de un centenar de enigmáticos petroglifos que se remontan a 2,800 años a. C., se ubica un centro ceremonial monumental, cerca al poblado de Lacramarca Alta. El sitio está en la margen derecha del río Lacramarca, sobre una terraza grande de aproximadamente 30 hectáreas, que fue acondicionada desde tiempos muy antiguos.
El primer conjunto, al parecer el principal, está conformado por una pirámide de piedra, ahora amorfa por la acumulación de piedras de su construcción, pero que por los alineamientos de muros, plataformas, diferentes niveles arquitectónicos, se puede afirmar que es una pirámide de 30 metros de alto en su estado original, con terrazas escalonadas en sus cuatro frentes, y una escalinata central que sirve para ascender a la parte más alta, donde se percibe espacios rectangulares a distinto nivel, con muros unidos con argamasa de barro.
El frontis principal se orienta hacia el este, dirigido a las montañas donde nace el elemento el agua. Al pie del frontis principal se define una plaza cuadrangular de 35 metros por lado, precedido por un supuesto anfiteatro con un patio circular hundido de aproximadamente 18 metros de diámetro, al parecer con terrazas que circunvalan al interior y con un acceso de piedra central, con portadas laterales de piedra ubicada hacia la dirección del frontis de la pirámide.
Al lado sur del patio circular hundido se aprecian otros espacios rectangulares en niveles inferiores. La parte posterior de la pirámide posee diferentes niveles constructivos con muros de piedra, pasajes, recintos y posiblemente galerías que necesitan ser excavados.
Hacia el lado oeste aparece el segundo conjunto arquitectónico conformado por otra pirámide de piedra, con proporciones arquitectónicas inferiores al primer conjunto y de 18 metros de altura. En este caso, se aprecia la pirámide con orientación a este y una gran plaza cuadrangular delantera de mayor proporción que la plaza cuadrangular del primer conjunto.

Adrenalina y sosiego en el vivero forestal

Guido Sánchez Santur

Una extensa área verde, con enormes árboles entre los que destacan los pinos; una quieta laguna con sus coloridos botes que la surcan y niños que se entretienen dándole de comer a una bandada de patos, o persiguiendo a un pingüino. Estas son algunas escenas que observamos a diario en el Vivero Forestal de Chimbote.
Llegamos al mediodía, abrasados por un radiante sol, pero refrescados por las corrientes de aire que genera el pequeño bosque en el que anida una variedad de aves, como los colibríes que nos alegran la estancia, con su rítmico batir de alas mientras succionan la miel de alguna flor.
A un costado del sendero de ingreso peatonal encontramos dos tigrillos que descansan plácidamente en su jaula, y muy cerca varios monos que saltan de un lado a otro al advertir la presencia de los visitantes.
Proseguimos nuestra caminata y próximos a la laguna encontramos varias tortugas que se alimentan con hortalizas y se desplazan lentamente en parejas.
En el estanque el regocijo y la diversión están garantizados por la presencia de una bandada de patos que nadan y se zambullen, o que en la orilla esperan a los visitantes que les sueltan palomitas de maíz compradas a las vivanderas instaladas al interior del vivero.
Abordamos uno de los coloridos botecitos atados a la orilla para surcar las quietas aguas de la laguna, acompañados por un travieso pingüino que nos sigue a todos lados. En estas pequeñas naves nos aproximamos a la pequeña islilla, donde descansan o anidan diversas palomas, patillos o los mismos patos. En el agua cristalina traslucen los coloridos peces que nadan casi al nivel de la superficie del agua.
Después, vamos al tren en el que se pasean grandes y chicos, en un trayecto de kilómetro y medio que se cubre en un lapso de 9 minutos, por una vía férrea que se abre paso entre los gruesos y elevados árboles.
Andrés Zegarra Caballero es el maquinista que siente mucha satisfacción al pasear a los niños en los vagones arrastrados por la locomotora que se desplaza silbando, como anuncio de su paso. Él nos detalla que los niños pagan sol y medio, y dos soles y medio los adultos (igual que en el resto de servicios).
Los niños tienen un espacio exclusivo, acondicionadon con juegos barras, columpios, toboganes y otros que les permiten permanecer largas horas sin aburrirse.
El esparcimiento continúa en el asnódromo, un circuito donde las personas son paseadas en pequeñas carretas arrastradas jaladas por los piajenos.
En el mismo sector norte la adrenalina se acrecienta cuando los niños, mayores de siete años y los jóvenes abordan los cuatrimotos de estruendosos motores.
El encargado de estos vehículos, Alex Linares Pérez, comenta que con el pago de seis soles los jóvenes tienen derecho a dar dos vueltas al circuito de unos 800 metros lineales. Los niños sólo pagan tres soles, por el mismo servicio.
Pero no sólo encontramos diversión, esparcimiento y aire puro, también un restaurante que nos ofrece variados platos con precios al alcance de todos; sin embargo, las familias o grupos que llegan a pasar un día de confraternidad llevan sus alimentos preparados que los consumen en las mesas y sillas acondicionadas con los mismos troncos de los árboles cultivados en el vivero. Éstas están en la rotonda El Remanso.
Después del almuerzo vamos al museo del pescador, acondicionado en una lancha que está al interior del vivero, y donde se muestran fotografías que grafican escenas de pesca, los aparejos de esta actividad económica y otras del antiguo Chimbote.
Y para terminar ingresamos a la piscina (hay una para adultos y otra de niños) en la que además de refrescarnos, practicamos natación. Sin duda, el relax está garantizado.
Este vivero, ubicado a cinco minutos del centro de Chimbote, es un pintoresco escenario campestre, agradable para pasar momentos de esparcimiento con la familia y amigos en contacto con naturaleza.

¿Cómo llegar?
El trayecto desde Trujillo a Chimbote en bus demora dos horas y media, con un costo de 8 soles. Las empresas que brindan este servicio son America Express y Línea, principalmente, que tienes servicios programados cada hora.