Manglares de Tumbes

Donde confluyen el río y el mar


Guido Sánchez Santur

sasagui35@gmail.com

Es un ecosistema conocido mundialmente por su riqueza y variedad biológica. En 1985 lo conocí en una fugaz visita, mientras cumplía una misión periodística durante el último conflicto peruano-ecuatoriano. En esa oportunidad ingresamos por Puerto Pizarro a la Isla del Amor, donde se encontraba apertrechado un destacamento de la Marina de Guerra del Perú, cuyo uniforme de camuflaje se mimetizaba con la arena y la tupida vegetación que crece en la confluencia del agua salada del mar y la dulce, de los ríos Tumbes y Zarumilla, en una extensa área poco profunda.

Con esta remota imagen retorné a Tumbes expresamente para adentrarme en el maravilloso Santuario Nacional Manglares. Esta vez ingresé Puerto 25 (provincia de Zarumilla), ubicado en la zona de amortiguamiento.

Aquí nos recibió un grupo de amables lugareños, pues la comunidad organizada con apoyo de la cooperación internacional construyó algunas habitaciones utilizando madera para acoger a los turistas que deseen pernoctar entre la naturaleza, arrullados con el trinar de las aves. Esta gente ha comprendido que el turismo es una actividad rentable y que es posible complementarla con sus labores agropecuarias.

Provistos de chalecos salvavidas, abordamos el bote que nos trasladó, por las tranquilas aguas de los canales o esteros hacia el bosque tropical de 2 mil 972 hectáreas, distribuidas en cinco islas (Correa, Matapalo, Roncal, Chalaquera y Las Almejas), cuya extensión nos despierta intensas emociones, en cada tramo que avanzamos.

Nos quedamos maravillados con la planta del mangle que, como un gigante, extiende sus largas raíces que, a modo de zancos (rizóforas), se descuelgan de las ramas y se posan en el lodo, ganando terreno al mar al capturar el sedimento de las aguas turbias. Hay cinco especies de mangle: rojo, colorado, blanco, salado y botón, pero aquella característica sólo la tienen las dos primeras.

En las partes más elevadas del manglar se reproducen los cangrejos de las especies arañita, rojo, sin boca, sastre (tijera en el lado derecho) y violín (tijera a la izquierda).

La fauna asociada es de origen marino y terrestre. Se caracteriza por la abundancia de crustáceos y moluscos (conchas y caracoles). En los estudios se identificó 33 especies de caracoles, 34 de crustáceos, 24 de moluscos con conchas y 105 peces. En este hábitat se refugia el cocodrilo de Tumbes (Crocodylus acutus), que se encuentra en vías de extinción.

Asimismo, anidan 157 especies de aves, de las cuales ocho son endémicas, es decir que solo viven en este lugar (Tordo Manglero, Huaco Manglero, Garza Tigre, Garza Cangrejera o Ibis Blanca, Gavilán de Mangle, Chiroca Manguera, Gallineta de Mangle y Ave Limícola). También hay 31 migratorias, provenientes de Norteamérica, en su mayoría (flamencos, pata cuchiviri). Otras especies llamativas son el perrito conchero, la nutria noreste, el oso manglero o mapache (parecido al oso hormiguero), espátula rosada, cigüeñuela, sarapito (ave).

EL BRAZO MÁS LARGO

El acceso a la espesura del mangle es por los senderos habilitados con tablas de madera, con pequeños muelles para el desembarco de los turistas. Nosotros descendimos en sector El Oscuro, recién reconstruido y donde nos esperaba Santos Gerardo Nole Hernández, conocido ‘conchero’ y ‘cangrejero”. Se dedica a la extracción de conchas negras y cangrejos que construyen sus escondrijos en el fango del mangle.

Este personaje es muy singular, al igual que los demás que se dedican a esta actividad, no solo por ser un experto en reconocer el tamaño y el género del Cangrejo Rojo con solo observar el hoyo (los machos abren un orificio más grande) sino también porque uno de sus brazos lo tiene más largo y más grueso a causa del incesante esfuerzo que hace al introducirlo en el fango, siguiendo la trayectoria del animal, como un barreno humano, hasta un metro de profundidad.

Su rutina diaria comienza a las 8 de la mañana y se prolonga hasta las 3 de la tarde, previamente se traslada en su pequeño bote a remo provisto de su indumentaria especial: un guante alargado de tela gruesa en el que introduce su brazo para evitar lastimarse con las piedras o trozos de madera que están enterrados, y una gorra con un trapo que le protege el cuello de los intensos rayos solares. En cada jornada captura un promedio de 48 ejemplares. No siempre encuentra su presa en cada hoyo, con regularidad se le escapa. Esta labor la complementa con la extracción de conchas en la orilla de los canales. Esto es menos dificultoso.

Proseguimos nuestra ruta hasta la ruidosa isla Las Torderas, en cuyo bosque se posan las aves marinas esperando que baje la marea para recoger su alimento en las orillas o pescar sus especies preferidas.

Después de dos horas de recorrido en bote, avistamos el puesto de vigilancia Matamonos, en la isla Punta Capone, a cargo de la Marina de Guerra del Perú, y al frente, separado por el Canal Internacional, está el puesto de vigilancia ecuatoriano. En ese punto no resistimos la tentación de pisar suelo peruano y ecuatoriano a la vez, pues nos encontrarnos en la línea divisoria imaginaria, exactamente en ese pequeño relieve de nuestro mapa, en la frontera norte.

En ese trayecto, de ida como de vuelta, nos topamos con varias personas que desde sus lanchas a remos lanzan el cordel a la espera de que ‘pique’ un robalo, corvina, raya o un charola. Este viaje resulta una experiencia intensa que se funde en nuestro ser con ese calor abrasador, propio del trópico, como ese calor que irradia su gente.

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