Sinsicap: naturaleza, aventura y sosiego


Un cálido paraje del ande liberteño a pocos kilómetros de Trujillo.

Guido Sánchez Santur
 Son las 6 de la mañana. La ciudad no se termina de despertar, cuando partimos a ese alejado pueblo de la sierra, dejando atrás el gélido frío que se está adueñando de Trujillo. En una cómoda van nos trasladamos a Sinsicap, un distrito de la provincia de Otuzco, en la sierra de la región la Libertad.
El motivo de este viaje es la celebración de la décima versión del Festival del Membrillo Ecológico, ocasión en la que retornan a su tierra los sinsicapinos residentes en otras ciudades del país y en el extranjero para compartir con sus familiares, y con sus paisanos que abrigan un cúmulo de tradiciones y leyendas.
La van deja atrás la ciudad de Trujillo, y enrumba por la carrera Industrial que desemboca en la vía de penetración a la sierra. Los primeros rayos solares del día se extienden entre los cañaverales de Laredo, de cuya fábrica emana una dulce fragancia.
Raudos pasamos por Quirihuac y Menocucho, tierra prodigiosa que se ha hecho famosa por sus deliciosas fresas, una fruta en torno a la cual también se organiza un festival.
Entramos a Simbal, con un radiante y abrigador sol que nos acompaña, y que le imprime, a esta localidad, un clima especial, por lo cual se ha ganado el calificativo de La Chosica Liberteña.
Hasta aquí hemos avanzado por una carretera asfaltada, de ahí pasamos a una polvorienta trocha carrozable que se abre paso, entre las minas de cal y las enormes rocas que arrastraron las avalanchas, tras lluvias torrenciales del fenómeno El Niño en 1983 y 1998.
El sol se eleva en el horizonte, mientras continuamos por esa estrecha y serpenteante carretera que se abre paso por los escarpados cerros de Collambay, en cuyas faldas los agricultores cultivan repollo, rabanito, lechuga, zapallos, camote y otras hortalizas.
Entre esas elevaciones geográficas, aparece imponente el cerro Orga, el apu tutelar de los capinos (así les dicen a los oriundos de Sinsicap), a cuya cima, desde las culturas precolombinas hasta nuestros días, las comunidades aledañas ascienden en diferentes temporadas con motivo de celebraciones especiales. Antes era para rendirle tributo y pedirle su protección, ahora lo hacen principalmente en el mes de mayo, a propósito de la fiesta de las Cruces, pues en su parte más alta se yergue uno de estos maderos dejado por los padres agustinos durante la Colonia, en su afán de extirpar las idolatrías.
Han pasado dos horas y hemos recorrido 62 kilómetros, hemos vencido la cuesta y estamos en una explanada, a 2,200 metros  sobre el nivel del mar. Lo primero que avistamos es una cruz que, cual guardián vigila la ciudad  que está al frente, en la parte baja, separada por una quebrada de un viejo cementerio. A un costado, en un extenso terraplén que hace las veces de un estadio, varios equipos de fútbol se disputan un sustantivo premio, entre vivas y aliento de los seguidores de uno y otro bando.
Más abajo se encuentra la catarata de Marto que en esta temporada no tiene agua, los mejores meses para apreciar su belleza son entre enero y mayo, cuando las lluvias son frecuentes. Ese paraje está revestido de misticismo y tradición, se dice que en tiempos pasados era escondite de las chucrunas (duendes mujeres de piel blanca) que en las madrugadas se paseaban por las calles; por eso colocaron la cruz a la entrada de la ciudad, con el afán de alejar los malos espíritus.
En la parte alta de Sinsicap está el mirador de Tudum, a donde vamos por un empinado camino, en pos de esas enormes rocas, inclusive con incisiones a manera de plano, aparentemente hechas por las antiguas civilizaciones.
Desde este paraje se domina la ciudad y todo indica que se trata de un lugar místico por la fuerte carga de energía que se percibe, característica que lo convirtió en un centro ceremonial y de rituales durante la presencia de las civilizaciones precolombinas.
En esta ruta cruzamos las parcelas en las que se cultiva las deliciosas manzanas, paltos, blanquillos y los famosos membrillos que han elevado la autoestima de los sinsicapinos, ya que propaló a nivel nacional el nombre de este pueblo.
Es la hora del retorno, abordamos la van con la satisfacción de haber conocido un retazo más de este ancestral pueblo, de influencia Moche y Chimú; pero sobretodo por haber compartido con su gente amable y querendona, que no duda en abrir las puertas de sus casas y ofrecer el calor de su hogar.

• La faja sara y los chullos
La fiesta está en su furor. En la plaza van vienen hombres y mujeres del centro poblado San Ignacio, quienes son los más vistosos por su singular vestimenta. Los varones llevan un colorido chullo tejido por expertas hilanderas. Cuando estos se colocan con una de las puntas a la altura de la frente indica que quien lo lleva está soltero, y los que lo llevan a los costados (por las orejas) ya son casados.
Por su parte, la mujeres llevan sus sombreros de paja y el afamado anaco, una falda tejida con lana de ovino, de colores enteros y generalmente oscuros. Esta prenda la ajustan con una faja que fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación, en mérito a su originalidad y antigüedad de la técnica utilizada en su confección.
La presidenta de la Asociación de Artesanas de Sinsicap, Primitiva Hernández Villanueva, comenta que su pueblo tiene una larga tradición en tejidos, por ello se organizaron para preservar este arte y su técnica, cuyos productos los ofertan en el mercado regional y nacional: chullos, fajas, alforjas, bufandas, manteles, rebozos, anacos, alforjas, etc. confeccionados a crochet, con telar de cintura y utilizando lana de ovinos.
El anaco (anaku) es una falda que se remonta a la época precolombina y cuyo plisado se hace con las uñas, muy característica en esta parte de la región, al igual que los chullos.
En su puesto también exhibe las fajas ‘sara’ y ‘pata’, trenzadas y un largo de cuatro. Ambas fueron declaradas patrimonio cultural de la nación en 2007. Estas las usaban los miembros de la élite inca, según las crónicas de Fray Martín de Murúa y Guaman Poma de Ayala (del siglo XVI). Ahora las emplean las mujeres embarazadas para sostener su vientre o fajar a su bebé; los varones la llevan en la cintura durante las duras faenas agrícolas.
Cada una tiene su propia simbología. La faja sara representa el maíz y la faja pata, al andén. Las mujeres de San Ignacio, a 3 mil metros sobre el nivel del mar, se ciñen la faja pata hasta los 15 años, y luego la sustituyen por sara, como lo hacían las collas del inca.
La diferencia entre una y otra es el tejido. La sara se mezcla con diferentes formas y colores, y la pata va directo. Pero, las dos demoran dos días en su confección, actividad que la comparten con el cultivo de la papa, oca, maíz, arveja, haba y sus animales domésticos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

excelente reportaje te felicito, estimado amigo de prensa por tu inmemsurable apoyo a la difusion del ecoturismo y la promocion de los pueblos del ande liberteño.
Los sinsicapinos de corrazon te lo agradecen mucho
atte
Cesar Quito
Directivo d ela colonia siniscapina

Unknown dijo...

Hola César
Gracias por tu comentario. El Perú tiene mucho para mostrar, sólo es necesario recorrerlo palmo a palmo.
Saludos

Sumaq Quilla dijo...

Estimado Guido,

me agrada tus artículos, realmente son muy lindos cuando tratas de transmitirnos la cultura de estos pueblos norteños. Felicitaciones a los pueblos de artesanos que con su dedicación y arte han dejado un gran legado cultural a la nación peruana, el tejido de sus fajas, el anaco, la memoria local entre otros elementos culturales más.
Los tejidos de Huamachuco, los bolsos peruanitos, los trajes de las mujeres son preciosos y ni qué decir de los sombreros finamente trenzados.
Te invito a visitar el blog Rutas de Chaski
http://chaski-rutasdechaski.blogspot.com

Atentamente
Paola Borja