La grandeza del Valle El Cumbe

Guido Sánchez Santur
sasagui35@gmail.com

A 20 kilómetros de la ciudad de Cajamarca, entre escarpados cerros y un iluminado paisaje se halla el valle del Cumbe. Una explanada en la altura, donde la lluvia y el viento se encargaron de esculpir y pulir en la roca enigmáticas figuras antropomorfas. Ahí mismo, el hombre andino, hace tres mil años, cultivó sin cesar las tierras, entre el canto y la danza, adorando al apu para que le favorezca con abundantes cosechas.
El indio de broncínea piel, reseca por el helado frío de las alturas, no se amilanó ante la complicada geografía, y con su fortaleza la dominó y la puso a su disposición. Mientras haya inteligencia humana el mundo seguirá cambiando y creciendo. Así lo registra la historia.
El ingenio y la creatividad de los antiguos caxamarcas los llevó a labrar la roca y abrir un largo canal para regar los campos. Hasta la fecha los investigadores no se explican los conocimientos que tuvo esta cultura para ejecutar obras de esta naturaleza.
 El arqueólogo Julio César Tello la calificó como una obra maestra de la ingeniería hidráulica, única en su género en América, que conjuga la destreza, inteligencia y la matemática.
El complejo arqueológico está compuesto por tres grupos monumentales que han supervivido al tiempo. Es acueducto de Cumbemayo es un canal abierto en la roca volcánica en épocas  preincas, con una perfección admirable, a 3,400 metros sobre el nivel del mar.
Destacan sus ángulos rectos, curvas, arcos, túneles, hasta desniveles que complementan la naturaleza y se abren paso por debajo de grandes rocas, regando los campos de trigo, cebada, olluco y papa. Previamente captan las aguas que fluyen de la vertiente del Pacífico hacia el Atlántico, pues se halla justo en el divortium aquarum.
En el santuario hay una roca o farallón con apariencia de cabeza humana gigantesca, en cuyas paredes están esculpidas, en bajo relieve, figuras y motivos confusos y sugestivos. Se dice que estas líneas representan el plano de lo que sería el canal. Lamentablemente estudiantes irresponsables que llegan en sus viajes promocionales las rayan y manchan, deteriorando su forma original.
Las cuevas se convierten en abrigos, y sus paredes están adornadas con petroglifos grabados con motivos felinos y antropomorfos, poco inteligibles, al que se suma la formación rocosa denominada Los Frailones.
Las formaciones geológicas o bosque de piedras abarcan una gran extensión de enormes farallones con diversas y caprichosas figuras, siendo las más conocidas las que semejan siluetas de frailes en silenciosa procesión.
• TRES DIAS SON POCO
Este recorrido se hace en mediodía. Hay otros atractivos de similar o mayor importancia, depende de cómo usted lo mire. Desde paseos a la iluminada y calurosa campiña de Cajamarca, donde los campos verdes se confunden con las amarillentas sementeras de trigo y cebada, en los violáceos atardeceres. Ahí pastan las vacas lecheras, orgullo de los cajamarquinos; o las ovejas vigiladas por dulces jovencitas, de coloridos vestidos.
En la tarde es posible visitar la ex hacienda La Collpa, singular porque las vacas en las tardes son llamadas cada una por su nombre para ser ordeñadas. Al escuchar su nombre salen del corral y se colocan en el ordeñadero, a la espera del obrero que les succionará la leche.
¿Y por qué Collpa? Una teoría dice que ese nombre se tomó de un mineral utilizado para fijar los colores, disuelto es como una resina.
Ese mismo itinerario nos lleva a Llacanora, histórico pueblo que se caracteriza porque a lo largo del año presenta un panorama verde y floreado, gracias a su especial microclima. En sus alrededores están las famosas cuevas que albergan extrañas pinturas rupestres, expresión de la actividad rutinaria del antiguo caxamarquino.
El río Cajamarca, en épocas de invierno forma impresionantes cataratas que no tienen nada que envidiar a las que hay en la selva. Más aún, es posible practicar el canotaje en las caudalosas aguas que se desplazan con fuerza en la pendiente de su cauce.
Otra ruta es la que nos lleva a las ventanillas de Otuzco, viejas tumbas que utilizó la civilización Caxamarca y que ahora aparecen como mudos testigos del grado cultural que alcanzaron sus hombres.
El city tour es infalible, podemos conocer la arquitectura colonial: iglesia Belén, conjunto arquitectónico del siglo XVIII, a una cuadra de la Plaza de Armas, construida sobre terrenos de los caciques. Ha sido tallada en piedra con torres inconclusas; iglesia San Francisco, del siglo XVIII, tiene tres naves, hecha de piedra y cantería, posee un museo de arte religioso, pinacoteca y catacumbas debajo del altar mayor.
La catedral, en plena Plaza de Armas del siglo XVII, su estilo es barroco tallada en piedra volcánica; la Recoleta, iglesia y ex convento de la congregación franciscana, del siglo XVIII, considerado uno de los mejores en su género. Además de apreciar innumerable casonas que pueblan Cajamarca.
Después de recorrer el centro histórico, la ruta obligada es hacia el cerro Santa Apolonia, en cuya cima se ubican escalinatas y las famosas piedras talladas, donde los antiguos caxamarcas hacían los sacrificios a sus dioses.
Alguna vez nos hemos tomado una foto en la denominada “silla del inca”, pero ¿sabía usted que no pertenece a esta época histórica sino a una civilización anterior? El único resto inca evidente en Cajamarca es el Cuarto del Rescate, donde Atahualpa almacenó oro y plata para canjearlos por su libertad cuando estaba en manos de Francisco Pizarro, tras el inicio de la conquista.

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