Empresarios interesados en salvar El Cañoncillo

Por: Guido Sánchez Santur

Nos lleva la delantera, y camina a trancos largos y dando saltos para no espinarse, mientras nos comenta cada detalle o anécdota que conoce o que experimentó en este ecosistema que considera parte de su vida. Quiere que lo sepamos todo, lo bueno y lo malo, porque aún guarda las esperanzas vivas de que alguien se interesará en salvar del olvido el esplendoroso bosque El Cañoncillo. No puede ser de otra manera, hace 40 años, aún joven, Ricardo Sánchez de la Cruz, llegó a Tecapa y se quedó definitivamente.
Ahora es uno de los 10 guardaparques que sobreviven a la indiferencia y que de vez en cuando se dan una vuelta por el bosque, ya no con el afán de cuidarlo sino para constatar cuántos nuevos algarrobos yacen tendidos en el arenal secándose al sol para luego ser cortados en trozos de leña; o verificar cuántos diminutos troncos quedan como mudos testigos de que ahí hubo un grueso árbol. Esto es cosa de todos los días.
Este panorama se desnudaba a nuestros ojos, a medida que nos internábamos en este imponente bosque que, paradójicamente, está categorizada como Área Natural de Conservación Privada. Los taladores no reparan si el árbol es maduro o joven, si es grueso o delgado; sólo les interesa conseguir la mayor cantidad de cargas de leña para venderlas a las panaderías de San Pedro de Lloc y Pacasmayo, o a las pollerías, en forma de carbón.
Ricardo Sánchez, esta vez, fue el guía de los empresarios invitados a recorrer el bosque con el propósito de buscar una alternativa al grave peligro que atraviesa el bosque. El es consciente que la depredación conlleva a la extinción de algunas especies de aves, pese a lo cual todavía observamos el pájaro carpintero, gorrión, ruiseñor, martín pescador, chilalo, putillas, patillos, patos y otros. El chilalo es muy singular por sus nidos de barro con compartimentos que construye en la copa de los árboles.
Recuerda que el 2003 la depredación se controló, gracias a que los guardabosques estaban organizados y recorrían el área natural permanentemente, en coordinación con la Policía Ecológica y otras autoridades. En esa época se decomisaba la leña, las acémilas y las hachas de los taladores. Como testimonio de esas acciones, en el pueblo de Tecapa, se guardan decenas de hachas codificadas.
Lamentablemente al cambiar la junta directiva de la Cooperativa Agraria de Usuarios de Tecapa los guardabosques se redujeron en cantidad y se descuidó la protección, desde entonces los taladores actúan a sus anchas.
“Urge que las autoridades pongan empeño y detengan la depredación, de lo contrario este hermoso bosque desaparecerá, junto a sus lagunas, como ocurrió con el bosque San José de Moro (Chepén), que ahora sólo es historia”, comenta Ricardo Sánchez.
También le preocupa la gran cantidad de basura que dejan algunos visitantes (envolturas de galletas, caramelos, botellas descartables y bolsas plásticas); por ello, esporádicamente los guardabosques hacen jornadas de limpieza.
Asimismo, Luis Felipe Carcelén Romero, autor de un estudio en torno a esta área natural, sostiene que en 1986 habían 660 hectáreas de algarrobos, y ahora sólo quedan 360 a causa de la tala indiscriminada; pero precisa que el área protegida tiene una extensión de mil 310.90 hectáreas, incluidos los espacios desertificados.
Añade que además del algarrobo, también hay Faique ó Espino (acacia macracantha): Cuncuno, Chilco, Pájaro bobo, Fosforito, Amarra de judío, Flor de arena, Gigantón, Rabo de zorro, Sapote, Yunto, Bichayo, Bejuco, Lapa, Hinea y Pial.
“HAY QUE HACER ALGO”
En el grupo de empresarios que se adentraron en este bosque estuvieron Dragui Nestorovic y Álvaro del Río Alegría, Luis Oliveri Polo, Roberto Ramírez Otárola, Alfonso Medrano Samamé; así como el director del diario La Industria de Trujillo, Ernesto Barreda Arias (la mayoría miembros del Patronato de Trujillo), quienes no dejaban se sorprenderse a medida que se adentraban en el bosque, pero la sensación más intensa la experimentaron al avistar la cristalina laguna Gallinazo, rodeada de algas, y donde se reflejan y sacian su sed las reses, mulas, caballos y ganado caprino que se alimentan del fruto del algarrobo.
O cuando cruzamos debajo de las sonoras redes de alta tensión, cuyas torres se levantan sobre restos arqueológicos, testimoniados en paredes que se mantienen en pie, pese a la inclemencia de la naturaleza, el paso del tiempo y los huaqueros.
“El Cañoncillo es una reserva extraordinaria que lamentablemente está ignorada por falta de interés de todos los responsables. Es un lujo no solo para el norte, sino de todo el país tener ese bosque de algarrobos”, sostiene Alfonso Medrano Samamé, gerente de Molinos La Perla.
Añade que para el patronato de Trujillo es un reto sensibilizar a las autoridades involucradas en este problema para unir esfuerzos a favor de este recurso natural.
“Con un poco imaginación y creatividad, y sin tanto gasto podemos hacer mucho por la preservación de este bosque extraordinario, que es un gran pulmón para la región. Cuántos países quisieran tenerlo. Se ha dicho mucho de lo que tiene El Cañoncillo, pero hay que verlo, pasearlo y caminarlo para apreciar sus bondades. Realmente es un paraíso, pese a lo cual lo tenemos tan venido a menos”, enfatiza.
Sugiere que la prioridad es evitar la tala indiscriminada, la señalización y luego, aprovecharlo turísticamente, a fin de mostrar la flora y fauna que alberga. “Es un reto no sólo de la población, sino también de las instituciones y universidades preservarlo y ponerlo en valor, con la participación de las autoridades de Pacasmayo, regionales y el Ministerio del Ambiente”, acotó.
“ES UNA MARAVILLA”
A su vez, Álvaro del Río Alegría, sostiene que “es espectacular la riqueza de esta área natural, pero llama enormemente la atención el deterioro en que se encuentra. Esto nos lleva a la conclusión que debemos protegerlo con urgencia por ser una maravilla de La Libertad y el país, a la que es fácil acceder por su cercanía a las vías de comunicación. Hay que hacer algo, nosotros como Patronato de Trujillo, en corto plazo haremos una serie de coordinaciones con autoridades y personas del sector privado para recuperar lo que se ha perdido y conservarlo”.
Entretanto, Dragui Nestorovic Razzeto (Embutidos Razzeto), asegura que “después de visitarlo nos quedan sentimientos encontrados porque de un lado apreciamos que es una maravilla, y de otro, indigna verlo como lo están depredando. Así como va, dentro de dos o tres años no tendremos bosque. Hay un letrero en el que se lee que se trata de una reserva, pero no sabemos quién es el encargado de protegerla. El Inrena redacta un documento y cree que ahí terminó su trabajo”.
Sugiere que frente a ello urge organizarse y analizar lo que se debe hacer, “pero definitivamente es un llamado de atención a las autoridades para que asuman su responsabilidad de cuidarlo. Aquí cualquiera hace lo que quiere y nadie pone orden”.
En su opinión, es preciso delimitarlo y establecer un sistema de protección, cuya tarea directa corresponde a la Policía Ecológica, que debería instalar un puesto de control. Posteriormente es conveniente comenzar a reforestar.
“Estos son los primeros pasos que se deben dar, y luego asegurar la sustentabilidad, generando recursos a fin de que el cuidado del bosque sea rentable para la población local. El patronato aquí tiene una oportunidad nuevamente de hacer algo bueno a favor de la colectividad”, puntualiza.
Luis Oliveri Polo (Banco de Crédito) destaca que El Cañoncillo es la última reserva natural de algarrobos de La Libertad, que disminuyó su extensión en menos del 50 por ciento debido a la tala indiscriminada.
“Dentro del santuario vemos restos arqueológicos de las culturas Cupisnique, Gallinazo, Mochica y Chimu saqueados y en pésimas condiciones; inclusive basurales generados por la comunidad y  los visitantes”, advierte.
En tal sentido, sugiere que las autoridades locales, el Instituto Nacional de Cultura (INC) y la comunidad sean conscientes del tesoro que tienen cerca y se conviertan en protectores directos.
“Tenemos mucho trabajo por delante, especialmente en la protección, reforestación y repoblamiento de la fauna para que El Cañoncillo se convierta en una unidad de negocios turísticos, cuyos servicios permitan su autosostenibilidad. De nosotros depende que perdure en el tiempo y sea admirado por las generaciones futuras”, manifiesta.
Esta es la sorpresa ante el evidente arboricidio que está penado, según el Código del Ambiente; pero el reto mayor está pendiente: echar a andar la rueda de los esfuerzos individuales, empresariales e institucionales, con el único objetivo de salvar una de las más importantes áreas naturales de la costa liberteña. El compromiso está hecho, hay que concretarlo.
MAS DATOS
El presidente en ejercicio de la Cooperativa Agraria de Usuarios de Tecapa es Armando Ventura Reyes, quien representa a 170 socios, propietarios del bosque El Cañoncillo. La mayoría de ellos son ancianos y no pueden cumplir labores de vigilancia. Los que pocos guardabosques capacitados no concurren porque tienen otras ocupaciones para su subsistencia. Ricardo Sánchez dice que lo hace con regularidad  porque también guía a algunos visitantes, que le dejan un promedio de 15 soles diarios.

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