Yanasara, un paraje de aventura y descanso

• Curativas aguas termales acogen a visitantes.

Guido Sánchez Santur
sasagui35@gmail.com

El intenso frío de la madrugada en la andina ciudad de Huamachuco no fue obstáculo para levantarme temprano. Había una razón de peso: llegar al anexo Yanasara para zambullirme en sus aguas termales a fin de reponer las energías y eliminar el síntoma de cualquier achaque.
A las 6 de la mañana estaba en el asiento delantero de la combi que en medio de una polvareda dejó atrás la patriótica ciudad de Huamachuco y enrumbó, a través de una estrecha carretera afirmada, entre un bosque de eucaliptos, de cuyas hojas se desprendía una agradable fragancia.
Un extenso y verde paisaje se abre paso ante nuestros ojos, bajo un cielo azul orlado con blanquecinas nubes y un abrigador sol que ya había extendido sus abrigadores rayos.
“Dime tú qué flores quieres del campo…..dime que quieres mi vida para entregarme tu amor…dime tú si quieres mi vida que yo te la doy…”. El conductor ha encendido su equipo de música para alegrar la travesía con una selección de temas del afamado cantautor otuzcano, Víctor Manuel Benites.
Hemos pasado las atractivas minas de cal que están a un costado de la carretera, y tenemos al frente la extensa laguna Sausacocha (a 6 kilómetros de Huamachuco), con sus 172 hectáreas de espejo de agua, en cuyo contorno crece la totora, donde anidan patos, patillos, pollas de agua y otras aves acuáticas. A lo lejos se observan los botes en los que se pasean los visitantes, y las piscigranjas de truchas.
Vamos en un carro, pero el viaje empieza a convertirse en una aventura. Se abren paso enormes abismos, entre los que fue trazada la carretera, y que de lejos parece una serpiente que se desprende entre los cerros.
De trecho en trecho se cruzan hatos de ovejas en busca de pasto, y campesinos ataviados con sus trajes típicos (de múltiples colores, ponchos y sombreros), que se dirigen a sus chacras, las que a los lejos parecen dameros con cuadrículas o rectángulos.
El descenso es lento hasta la confluencia de los ríos Curgos y Chusgón, que en esta temporada permanecen sin caudal, y dejan apreciar una extensa playa blanca. Desde la parte baja se observa hacia arriba los terrenos aluviales, por donde discurren fuertes avenidas que arrastran grandes cantidades de lodo, durante la temporada de lluvias (noviembre a marzo).
Este es un cálido paisaje, ubicado en el distrito de Curgos, a casi dos horas de Huamachuco, que alberga las prodigiosas aguas termales de Yanasara, y muy cerca la ex hacienda Pinillos.
Ya estamos en los baños termales, donde el vapor deja escapar la bruma al contacto con el frío. Cancelamos el valor del ticket (tres soles) y nos abrigamos en las pozas que contienen las cálidas aguas naturales que afloran de la base del cerro contiguo.
Debido a la masiva concurrencia en algunas temporadas, a veces se debe esperar varios minutos para ingresar, tiempo que aprovechamos para recorrer el entorno, como la ex hacienda, el vecindario y claro, probar el exquisito cuy frito con trigo, entre otros potajes preparados por diligentes mujeres campesinas.
Los estudiosos aseguran que estas aguas contienen propiedades curativas, gracias a los minerales que contienen.
Este servicio es administrado por la comunidad organizada, a iniciativa del extinto sacerdote Jaime Garí Barceló, uno de los grandes impulsores del turismo en este distrito, aprovechando el atractivo de las aguas termales.
Existen dos baterías de pozas en óptimas condiciones donde ingresan los turistas a tomar el correspondiente ‘baño curativo’; pero también hay dos piscinas (una de adultos y otra de niños), en las que se puede pasar más tiempo en el agua.
Si alguien desea pernoctar no tiene inconvenientes, pues hay un hospedaje y un restaurante, acondicionado con canchas deportivas y juegos recreativos para los niños. Por eso, es frecuente observar a grupos de familias que llegan a este paraje para pasar fines de semana o feriados largos.
Tras ese reparador baño nos queda la tarde entera para aproximarnos al lado norte, donde aún quedan restos de lo que fue el camino inca que comunicaba a Cajamarca con el Cuzco, a la sombra del imponente cerro Huaylillas.
Pasado el mediodía emprendimos el retorno a Huamachuco en la combi que nos llevó, con la misma música de remembranza y sorteando, otra vez, aquella estrecha y polvorienta carretera que algún día debe ser ampliada y asfaltada. Este sitio es parte de ese mosaico de atractivos naturales e históricos que posee la provincia Sánchez Carrión y que nos invitan a volver una y otra vez.