Tayabamba: entre el oro y la leyenda

Guido Sánchez Santur
 “Bajo el cerro Pahuarchuco se esconde un lagarto mitológico, uno de cuyos ojos está en Collay, donde aflora un pequeño manantial; mientras que su cola sale en la laguna de Gochapita. El hoyo, que supuestamente es el ojo, es muy profundo y se sitúa en el patio de la casa de mi tía Alicia Mendieta, cuya hermana Alida, hace años, metió la pierna para comprobar cuan hondo es, y sintió que algo la jaló hacia abajo. Desde entonces quedó coja. Los antiguos dicen que al moverse el animal se produce un movimiento sísmico, como el ocurrido 11 años atrás y que sepultó la mayor parte del pueblo de  Chiquiacocha”.
Esta leyenda nos la relata Yeison Marreros Guillén, joven tayabambino que nos guía hacia los restos arqueológicos de Collay, compuesto por imponentes paredes y habitaciones de piedra, aparentemente construidas por una civilización precolombina y que se mantienen en pie, pese al paso del tiempo.
El ascenso al sitio arqueológico exige del visitante mucha fortaleza y resistencia física porque se ubica en el empinado cerro que vigila a Collay, y que es un excelente mirador  a Tayabamba.
Este es uno de los importantes atractivos históricos que alberga este distrito, capital de la provincia de Pataz, caracterizada por su diversa y accidentada geografía que le imprime un encanto especial.
 Para los amantes de conocer el Perú, el solo hecho de recorrer la estrecha carretera que nos lleva desde la costa ya es una aventura, no solo por el vértigo que implica, sino porque en el trayecto uno encuentra paisajes variados, desde la puna, arriba de los 4 mil metros sobre el nivel del mar (Parcoy) hasta el valle cálido que nos ofrece el río Marañón, en Chagual.
Así, gozamos al ver el ichu en su ondulante vaivén soplado por el viento, la nubosidad constante que arropa los verdes cerros, bosques y pajonales; la frecuente lluvia, las caprichosas formaciones geológicas que dibujan imágenes antojadizas. La influencia de la Cordillera de los Andes da lugar a las llanuras, montañas, quebradas y los ríos cristalinos que se abren paso entre los cerros, o los otros cargados de lodo que se funden en el Marañón.
Y cómo obviar el extenso espejo de agua que forma la Laguna de Piás, que adquiere una rara coloración verdosa; o el sitio arqueológico de Nunamarca (Chilia) con sus Piedras Talladas que fueron estudiadas por Julio C. Tello, quien encontró lajas y estelas que envió al museo de antropología de la Universidad Mayor de San Marcos (Lima).
 Tradición y religiosidad
Estos territorios los recorrió el arzobispo de Lima y hoy santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, quien en 1605 llegó a Collay, de paso al Huallaga. Entonces Tayabamba era un pequeño poblado, cuyos habitantes se dedicaban a la minería en el Pahuarchuco y la Caldera, así como a la agricultura.
En esta visita, hizo obras de caridad a gente indigente y enferma, por eso en su recuerdo se levantó ‘La Capilla de la Caridad’ o ‘El Alto de la Caridad’. Se comenta que hizo pascana en ese poblado y al continuar a Collay fue acompañado por el cura Collar y varios vecinos hasta Pegoy, lo cual dio origen a la costumbre del ‘Paseo del Santo’, que cada 24 de abril se rememora, escenificando el arribo de este ilustre personaje.
A partir de este acontecimiento se tejieron varias leyendas. Una de ellas se refiere al mulo que conducía su equipaje que fue devorado por un puma al internarse en la selva. Toribio, lleno de indignación, exigió la presencia de la fiera, la que compareció a sus pies, arrepentida de su voracidad. El santo, después de reprocharle el daño que le había ocasionado, lo condenó a llevar su carga. Obediente cumplió su condena hasta que el peregrino salió del enmarañado bosque.
De otro lado, a los pies de la imagen del santo se ve un becerro de oro que representa la leyenda del obsequio que le hiciera el heredero del cacicazgo de Chiquiacocha y Huanapampa cuando el arzobispo llegó al Pegoy. Como el santo no pudo llevarlo a Lima, lo dejó encargado al mismo cacique, pero un día el animal desapareció y el encargado de su cuidado, tras una larga búsqueda dio con él en una espaciosa cueva, de la que no quería salir; entonces se vio obligado a llevarle, de vez en cuando, sal y cebada, regalos que la res retribuía con oro que el cacique vendía a un comprador de Tayabamba.
Intrigado, el comerciante preguntó al cacique, de donde sacaba tanto oro y al no ser satisfecha su incógnita, averiguó por su cuenta. Lo espió hasta que descubrió el prodigio y se propuso apoderarse del milagroso animal. Ingresó a la cueva, lo amarró y comenzó a jalarlo para sacarlo, el ternero ofreció resistencia y dio un bramido tan fuerte que el cerro se vino abajo, tapando la boca de la gruta y sepultando al avaro. Ahora, los campesinos de estas tierras dicen que las noches de plenilunio se ve al torito entre los trigales y que el oro refulge en su lomo.
Además, dicen que Santo Toribio es propietario de unos terrenos, donde sus priostes y mayordomos siembran trigo, con cuyas ganancias se celebra su fiesta. Y cuando su imagen va de visita a Collay es recibido por la Virgen de la Candelaria, patrona del lugar; sin embargo, en la noche Toribio burla la vigilancia de su anfitriona y sus fieles y se va a “echar de menos su ganado”, prueba de ello son los shilcos o cadillos que en su manto aparecen misteriosamente la mañana siguiente.
Este cúmulo de historias y leyendas nos embargan la atención y nos hacen olvidar las dificultades que enfrentamos para llegar a estos alejados pueblos, cuya población, en su mayoría, se dedica a la minería formal e informal, espectáculo que ya se integró a su variopinta geografía.

Destinos de la semana Santa en La Libertad


Guido Sánchez Santur
sasagui35@gmail.com

La Libertad (Perú) ofrece diferentes alternativas para conocer y disfrutar durante los feriados largos, como la Semana Santa, desde naturaleza y escenificaciones en vivo de la pasión y muerte de Jesucristo, lo cual se complementa con la exquisita gastronomía de cada uno de los pueblos que guardan sus propios matices. Aquí les presentamos en ligero recorrido para que usted tenga en cuenta y disfrute con su familia o amigos.
Los jóvenes tienen la posibilidad de acampar en las playas de Huanchaco, Huanchaquito, Puerto Morín (Virú), El Charco y Malabrigo (Ascope), Puémape (Pacasmayo), entre otras.
En Malabrigo, además es escenario de un campeonato se surf que convoca la presencia de los amantes de este deporte nacionales y extranjeros. Una ocasión para vibrar con la adrenalina y disfrutar del sol.
Si quieren más aventura pueden preparar caminatas a la loma Cerro Campana que alberga una diversidad de flora y fauna, y desde cuya cima se puede apreciar panorámicamente la ciudad de Trujillo y el balneario de Huanchaco. Es posible ascender por el lado de El Tablazo, en Huanchaco, cruzando el centro poblado El Milagro.
Otro espacio natural es el bosque El Cañoncillo, en San Pedro de Lloc, que en su interior tiene senderos, bajo la sombra de los gruesos y frondosos algarrobos, entre los que aún permanecen los restos arqueológicos pertenecientes a la época Gallinazo y Cupisnique. Son extraordinarias sus tres lagunas, donde crece una variada fauna acuática que acoge a varias especies de peces y aves.

• Profunda religiosidad
Para los que buscan actos religiosos, el mismo Viernes Santo, se escenifica el Vía Crucis en vivo en Otuzco, acto que se inicia en la Plaza de Armas y, después de recorrer varias calles, la multitud asciende al cerro Chologday, donde se procede a la crucifixión, luego de haber representado las diferentes estaciones que recorrió Cristo.
Aprovechando este ritual, los visitantes tienen la oportunidad de degustar el delicioso jamón serrano, los dulces que son una delicia, quesos y sus platos típicos.
En Cascas también se hace lo propio, con la participación de jóvenes, lo cual se complementa con la degustación de las exquisitas uvas, el vino y aguardientes producidos en esta localidad. Si hay más tiempo y las fuerzas nos traicionan se puede recorrer el bosque Cachil.

• El más alto
Por su lado, las autoridades y los sacerdotes de la provincia de Chepén, desde el año pasado (2011) escenifican la pasión y muerte de Cristo, siguiendo el recorrido del vía crucis más alto, segundo de América y tercero del mundo.
La escenificación comienza a las 7 de la mañana con rezos y cantos en las 14 estaciones, donde se ubican las 22 estatuas de tamaño natural armadas con concreto, hasta llegar a la cima del cerro Chepén. Ahí admiramos la imagen del Cristo Redentor, de 11 metros de altura, que domina el valle Jequetepeque.
“Esta escenificación será totalmente distinta al año pasado cuando sólo se hizo con 20 actores, esta vez participarán más de 60 jóvenes de diferentes colegios, bajo la dirección de la profesora Dionosia Salgado Julca, quien los preparó durante mes y medio”, precisó el acalde de Chepén, Wilfredo Quesquén Terrones.
El recorrido se inicia en la Plaza de Armas, siguiendo por la calle Manco Cápac y la explanada que da paso al ascenso, en un lapso de una hora aproximadamente. En cada estación, el sacerdote explica la importancia de la escena correspondiente.
Este Vía Crucis consiste en una de las más bellas y significativas obras artísticas y culturales del norte del Perú, construido a iniciativa del chepenano Alcides Alvarado Ruiz, en cumplimiento del ofrecimiento hecho a su madre. Las imágenes son perfectas y están ubicadas en paradas apropiadas para el descanso y contemplación del paisaje que rodea aquella obra religiosa.
Desde 1989, todos los años en Semana Santa, se cumple con la peregrinación al Vía Crucis, ascendiendo los 777 escalones labrados en piedra y cemento. Este trayecto permite recordar cada uno de los episodios de la ruta del calvario.
“La seguridad a los más de 10 mil turistas que esperamos está garantizada gracias al convenio con el servicio de serenazgo en todo el valle Jequetepeque y la presencia, en estos días, de la Policía de Turismo que irá desde Trujillo; además de los custodios acantonados en Chepén, los bomberos, el Ministerio de Salud y EsSalud”, puntualizó el burgomaestre.

 Más datos
El gerente regional de Comercio Exterior y Turismo, Bernardo Alva Pérez, destacó la importancia de diversificar la oferta turística, como lo está haciendo el municipio de Chepén que promueve sus actividades, de tal manera que los trujillanos tengan otro destino a donde dirigirse.
Agregó que el atractivo del distrito de Moche radica en la tradición del ingreso de Jesús montado en su asno, el Jueves Santo. Los concurrentes a este ritual, degustan la deliciosa sopa teóloga, cuya preparación se remonta a los tiempos de la Colonia.
Trujillo tiene su propia representación en el sector Mansiche y el paseo del Cristo Yacente la tarde del Viernes Santo. Además, se puede recorrer las iglesias que guardan un valioso patrimonio artístico, como pinturas de estilo colonial y Republicano, retablos y su arquitectura.

El encanto abrigador de Pacasmayo


Guido Sánchez Santur

Es un día esplendoroso cuando caminamos por las estrechas calles céntricas rozando el cuerpo con las personas que vienen en sentido contrario, para no trastabillar en la pista. De tramo en tramo avistamos antiguas casas con estilo Republicano que resaltan el atractivo de Pacasmayo.
Los rayos del sol se intensifican mientras admiramos las estatuas de los delfines, los pequeños puentes, los ‘caballitos’ de mar y otras alegorías que engalanan el Paseo de la Paz, una ruta preferida por los visitantes, aunque luego se llevan un leve malestar por la basura y bolsas plásticas en las fuentes de agua y en el canal que pasa a un costado de este atractivo.
El panorama mejora cuando nos desplazamos por la alameda que nos lleva hasta la playa. En este recorrido nos refresca la brisa marina y el microclima que generan los arbustos de la avenida 28 de Julio. En esta vía nos llama la atención especialmente la antigua casona, donde funcionó la ex estación del ferrocarril y que ahora es la sede de la Casa de la Cultura.

TODOS LOS SANTOS
Llegamos al muelle, pero no ingresamos decidimos que lo haremos en la tarde aprovechando la caída del sol. Mas bien enrumbamos hacia el cementerio, en la parte alta, para conocer sus tradiciones, aprovechando que se celebra el Día de todos los Santos (1 de noviembre).
El ascenso es un reto, por lo empinado del camino. Arriba, la gente con sus ramos de flores en mano arreglan las tumbas o nichos, rezan oraciones, otros brindan con cerveza y comen junto al lugar donde ‘descansa en paz’ su familiar. No falta quien contrate los servicios de un dúo o trío de guitarristas que le cantan al difunto.

Al fondo, un panteón casi abandonado, donde muchas sepulturas están con las lápidas y cruces caídas y, algunas más trágicas, se encuentran abiertas y derruidas, con las osamentas a la intemperie. La soledad es más que notoria, apenas algunos parroquianos caminan a lo lejos con el afán de encender unas velas a sus seres queridos que partieron al más allá.
Salimos del camposanto y al frente teníamos la imponente efigie de Cristo Resucitado, mirando al mar. Desde aquí tenemos una vista privilegiada del balneario y parte de la ciudad, es un mirador por excelencia.
Descendemos esquivando los mototaxis que, como en otras localidades del valle Jequetepeque, aparecen de uno y otro lado, cual plaga estacional. Este medio de transporte predomina en el interior de la ciudad, inclusive algunos son conducidos por menores de edad.
Ingresamos al extenso muelle, una joya histórica de Pacasmayo, que se salvó de ser quemado durante la guerra con Chile, gracias al generoso aporte económico del norteamericano, Benjamín Kaufman, residente en esta ciudad, quien negoció con los invasores y, como gratitud, un parque frente al mar fue bautizado con su nombre.

Su amplitud nos invita a caminarlo hasta el fondo, donde encontramos parejas de enamorados que se arrullan entre la brisa marina, o a los pescadores que preparan sus anzuelos y trampas en busca de una pesca gananciosa (peces o cangrejos). Casi al final, bandadas de pardelas, gaviotas y pelícanos se disputan los peces que afloran a la superficie o desafían al fuerte viento, tratando de mantenerse casi quietas en pleno vuelo.
Las ráfagas de aire que nos abrazan constantemente, nos hacen tambalear. Esto es parte de la aventura. Volteamos a mirar a la orilla y nos encontramos con esa hermosa playa, acariciada por las oscilantes olas, bajo la sombra de las casonas de madera, símbolo de lo que fue este importante puerto liberteño, durante la época colonial.

El sol empieza a soltar su rayos mortecinos, a medida que cae el sunset. Es hora de caminar por el malecón Grau, con su piso embloquetado y sus bancas de madera que invitan a descansar, tras la árdua jornada, a la vez que nos deleitamos con batir de las olas, que golpean la orilla empedrada.
Para el recuerdo, los artesanos nos ofrecen chucherías y objetos elaboradas en Piedra Jabón y otros materiales, en los puestos instalado a lo largo de las cinco cuadras que comprende este corredor.
Al otro lado, unos adolescentes y jóvenes juegan fulbito en la cancha de propiedad del antiquísimo Club Pacasmayo. Y en la playa El Faro varios muchachos compiten con la fuerza del viento y las olas, con sus equipos de vela o windsurf. Otra vez los pescadores, alejados del ruido, capturan distintas variedades de peces que luego degustaremos en ceviche, sudados, apanados…
La tarde termina, ha sido un día aleccionador, un nuevo lugar recorrido entre gente amable y hacendosa, una experiencia más que fortalece el espíritu, otro viaje que renueva las energías.

Gallos de pelea, una vieja tradición

Guido Sánchez Santur

“Se puede ser caballero sin ser gallero, pero no se puede ser gallero sin ser caballero”. Esta es un máxima que la tienen muy presente los aficionados a las peleas de gallos, una tradición peruana que fortalece la identidad y que la misma Chabuca Granda le tributó un merecido homenaje a través de su canción ‘El gallo Camarón’.
Desde niño tuve curiosidad por estas fugaces batallas de gallos finos en los coliseos repletos de público, aunque nunca me atreví a apostar porque consideraba que eso era cosa de “de grandes o experimentados”.
Las veces que asistí a presenciar estos combates siempre se trató de gallos de a pico, es decir aquellos que salen al ruedo provistos de espuelas de hueso o metal atadas a las patas, con las cuales atacan y diezman al contrincante.
Sabía de otro tipo de gallos, los que pelean utilizando navajas, pero conocía poco de sus características, hasta esta semana que llegué al galpón de Rodolfo Novoa Gutiérrez, un gallero empedernido, donde nos adentramos en este fascinante mundo que despierta pasiones y controversias.
Los aficionados a los gallos de a pico están distribuidos en Pucallpa, Piura, Tumbes, Lambayeque, La Libertad, Cajamarca, Amazonas y San Martín. Mientras que los navajeros se encuentran en Ancash, Lima, Ica, Arequipa, Junín, Cusco y también en Lambayeque, donde hay una fusión con ese otro estilo. La mayoría están agrupados en la Asociación Peruana Criadores de Gallos de Pelea a Navaja, o el Círculo Gallístico del Perú.

¿Dónde se inicia esta práctica?
Existen diferentes versiones, pero la mayoría coincide en que fue en el Asia. Luego en Roma (Italia), los centuriones los utilizaban para darles valor a sus soldados, organizando peleas antes de cada batalla.
Después pasa a España y de ahí al Perú. Aquí, a principios del 1900, aparece la modalidad de ‘gallos navajeros’ que se caracteriza por ser la más violenta y de ataque sorpresivo. Estos estaban en manos de los hacendados hasta la Reforma Agraria, tras lo cual la crianza se popularizó.
Inicialmente estos gallos pesaban un promedio de 6 kilos, eso les daba mayor fuerza y contundencia durante el ataque, pues una pelea no dura más de tres minutos, y lo más rápido de una muerte puede ocurrir hasta en un segundo.
El peso promedio actuar oscila entre 3 y 4 kilogramos, pero matan con los mismos tiempos.Pueden empezar a pelear desde el año y medio hasta los cuatro. Un año en un gallo equivale a 11 años en un ser humano.
 
¿De dónde le sale esa bravura?
Novoa Gutiérrez explica que la madre (gallina) le enseña a pelear como una forma de defenderse de los depredadores. Con ella, los pollos permanecen hasta los tres meses, lapso en el que siempre se enfrenta a cualquier amenaza que se presente; luego estos pelean por ella en caso de peligro.
Esta vez, no fue necesario observar una pelea, bastó el tope de dos ejemplares para corroborarlo. Están sueltos en el coliseo, los primeros segundos parecen temerosos, luego uno y otro se desplazan lentamente, tratando de rodearse, y en el momento menos esperado uno ataca con tal violencia que su contrincante entierra el pico en la arena y rueda por el suelo. El criador se apura en apartarlos a fin de evitar que se lastimen innecesariamente.
Aunque esta bravura no es la constante, a veces se ha visto que antes de la pelea alguno corre atemorizado, u otros lo hacen tras los primeros golpes y heridas recibidas. En general cuando el duelo comienza no hay vuelta atrás, uno queda tendido en la arena, sin vida.

La crianza
Generalmente, un buen gallo se le escoge como reproductor con la finalidad de garantizar la prolongación de su estirpe, entre las diferentes razas existentes: castiza peruana, americana, inglés, francés, asie (asiático) entre otros. Al elegir una raza, los criadores se fijan en el color del pico, de las plumas o de las patas, lo cual se logra con los diferentes cruces.
Lo que sí descarta Novoa Gutiérrez es el cruce de gallinas con águilas o halcones porque son depredadores a los que enfrentan estas aves de corral. “Si alguien se ufana de esto definitivamente está mintiendo”.
Después de los tres meses el animal pasa a los corrales de levante donde están hasta los ocho o 10 meses. En ese lapso se separan los machos de las hembras.
A partir de entonces se coloca a los gallos en javas transportables o casilleros individuales para que se desconozcan entre hermanos y se agudice su agresividad (si los dejan juntos no pelean entre ellos). Entre los 10 u 12 meses se produce el desbarbe o corte de la cresta. Cuando cumplen el año y medio se les somete a una preparación en un promedio de cuatro semanas, tras lo cual quedan listos para enfrentarse en duelos a muerte.
Si en alguna ocasión el gallo queda malherido se le somete a un proceso de recuperación de 6 a 8 meses, luego vuelve a la batalla.
La amistad sobre todo
Lo singular de los aficionados es que todos son amigos, y cada encuentro de sus gallos no interfiere en nada en la fortaleza de su amistad. El furor se acrecienta al momento de las peleas, pero cuando éstas terminan se cobra o paga la apuesta, luego se abrazan y brindan, como ocurre en las mejores fiestas.
Los montos de las puestas pueden ser los más insignificantes, pero pueden ir desde los 10 mil hasta los 500 mil soles, monto que se reparte entre los cuatro mejores ganadores de una tarde gallística.
“La satisfacción más grande de un gallero no es el dinero que gana, sino el reconocimiento entre los aficionados, los buenos comentarios que hacen a sus ejemplares, que lo ovacionen; o que se le declare el mejor gallo de la tarde”, advierte Novoa Gutiérrez.
HERENCIA FAMILIAR
Rodolfo Novoa Gutiérrez, un coronel del ejército peruano en situación de retiro, lleva más de 30 años cultivando esta afición, como herencia familiar. Nacido en Santa (Ancash) dice que lleva esta tradición en la sangre. Su abuelo, Oswaldo Gutiérrez Honores, junto a sus hermanos eran conocidos galleros; y su padre Oswaldo Novoa Araico también lo fue.
Ya joven se alistó en las filas del ejército, y en paralelo se inició en esta afición. En este momento cuenta con 70 gallos listos para cualquier competencia, además de otros 300 animales, entre pollos y gallinas reproductoras.
Aquí tiene un administrador que se encarga de velar por la alimentación, mantenimiento y entrenamiento de los gallos, de tal manera que en cada encuentro siempre salgan triunfantes.
Reconoce que ésta es una pasión cara. La crianza de cada gallo desde que nace hasta el día de la primera pelea cuesta un promedio de 3 mil soles. Sus méritos son: tetracampeón en la provincia de Santa, finalista en Lima y en el cotejo nacional de criadores.
Respecto de las voces que se oponen a esta tradición, Novoa Gutiérrez, defiende que se trata de un acto cultural, al igual que la corrida de toros o los caballos peruanos de paso, todos reconocidos por el Instituto Nacional de Cultura (ahora Ministerio de Cultura). 

El Bosque Petrificado de Talara

Guido Sánchez Santur

Dejamos atrás el intenso frío de Trujillo y amanecemos en la calurosa Talara (Piura) que nos recibe con sus abrigadores rayos de sol tropical. Después de un reparador desayuno, en base al incondicional pescado, proseguimos a Negritos (capital del distrito La Brea), situado a 13 kilómetros de la ciudad petrolera, a través de una carretera asfaltada.
Antes de ingresar a Negritos nos sorprenden unas enigmáticas formaciones geológicas plasmadas en aquellas elevaciones próximas al mar, ondulaciones cinceladas por las ráfagas de viento y las torrenciales lluvias que cayeron en los últimos fenómeno de El Niño.
Mas allá advertimos franjas naturales de diferentes coloraciones en los cortes verticales del suelo, a manera de fajas, que dividen en varias capas la corteza terrestre, como evidencia de las diferentes etapas geológicas.
Hemos descendido del vehículo y caminamos rumbo al Bosque Petrificado. Una ráfaga de viento constante nos golpea el rostro mientras nos desplazamos por la colina del cerro, bajo un radiante sol, y de fondo tenemos un mar azul que de rato en rato deja escapar una refrescante brisa.
Sin embargo, el calor ni el viento nos desalientan, seguimos el trayecto hasta encontrar los primeros troncos fosilizados que se mimetizan con el suelo arenisco, son pedazos de madrea convertidos en piedra con el transcurrir de los años. Lo más impresionante es que mantienen su forma primigenia, aunque no hay indicios de las ramas.
Uno tras otro los observamos en detalle hasta que llegamos al más impactante, aquel con un espesor de al menos 60 centímetros y 10 metros de largo. Una verdadera maravilla ante nuestros ojos.
Tampoco deja de sorprendernos que esta maravilla natural permanezca desprotegida, a consecuencia de lo cual algunos vándalos destrozaron varias piezas de madera fosilizada.
Dos paleobotánicos estadounidenses de Clarke University (Massachussets) y Florissant Fossil Beds National Monument (Colorado) visitaron este yacimiento en 2005 y confirmaron su interés científico que proporciona una de las pocas evidencias de un bosque tropical en tierras bajas del Eoceno inferior en la región noroeste del continente sudamericano.
Según los expertos, estos troncos fósiles que afloran por meteorización de las areniscas, en su mayoría son plantas monocotiledóneas (palmeras), aunque no se descarta que hayan dicotiledóneas. Pero aún falta precisar la evolución paleoambiental y los aspectos tafonómicos de esta acumulación de madera petrificada.
Similares hallazgos hubo en la provincia andina de Santa Cruz (Cajamarca) y en Puyango (Loja, Ecuador). Los de Talara datan de entre 45 y 50 millones de años, según los análisis de carbono 14 a los que fueron sometidos. También hay conchalitos que datan de 2,5 millones de años, evidencia que este lugar fue lecho marino.
 Los troncos fosilizados no son restrictivos a este espacio, también los encontramos entre las enormes rocas que adornan el paisaje en las orillas de la playa Punta Balcones (la más occidental de Sudamérica), cuyos acantilados presentan formaciones con apariencia de haber sido esculpidas por expertos artistas talladores, pero nos convencimos que son el resultado de la acción abrasiva del viento que arrastra arena.
Este paraje es preferido por los pescadores que desde lo alto lanzan el cordel con la esperanza de capturar el mejor ejemplar. A la vez que abajo, entre las rocas pulimentadas por el constante batir de las olas, caminan lentamente coloridos cangrejos de hasta tres variedades, caracterizados por sus exóticos colores.
Al fondo, el litoral marino, complementan el paisaje las plataformas metálicas de las empresas extractoras de petróleo. Un espectáculo aparte lo presentan las aves y mamíferos marinos que se acercan periódicamente al litoral: delfines, ballenas y el lobo chusco, cuyas colonias se concentran en Punta Balcones, donde se encontró que además desovan las tortugas marinas.
En el trayecto del Bosque Petrificado a Punta Balcones, desde la carretera, avistamos Las Salinas, un yacimiento de sal que era explotado desde la época preinca y aún continúa explotándose.
Punta Balcones es una de las playas más limpias del norte, preferida por los bañistas limeños y de las ciudades del sur de Ecuador, durante la temporada veraniega.
En esta ruta nos acompañó el jefe del área de Turismo de la Municipalidad Distrital de La Brea, Freddy Castilla Veintemilla, quien aseguró que al atractivo de las playas, la biodiversidad del ecosistema costero y el bosque petrificado, se suma la pampa de La Brea que destaca por la presencia de fósiles de vertebrados (aves y reptiles) fechados en el pleistoceno superior (entre los 38 mil y los 11 mil años).
Una visita a este lugar es un recorrido por la historia de la evolución de las especies animales y vegetales, sin dejar de lado el esparcimiento y la exquisita gastronomía. ¡El calor del norte te espera¡
 
MAS INFO
La municipalidad distrital de La Brea tiene un proyecto de puesta en valor del Bosque Petrificado valorizado en un millón 500 mil soles para la primera etapa que se iniciaría en 2012. El Bosque Petrificado comprende 30 hectáreas, además de Punta Balcones y la primera refinería prehispánica que producía brea que supuestamente era llevada por civilizaciones de otras latitudes que venían a través del mar para la protección de sus embarcaciones.
Castilla Veintemilla aseguró que la comuna distrital tiene lista una ordenanza para declarar intangible esta área natural y luego tramitar que el Gobierno Nacional haga lo propio, tras lo cual se coordinará con la empresa privada la ejecución proyectos turísticos, con la finalidad de potenciar las visitas.

Tras las huellas del Dios de las Montañas

Guido Sánchez Santur
sasagui35@gmail.com
Moche es tierra de mitos, leyendas y tradiciones, valores latentes en la memoria colectiva de los herederos de esa ancestral civilización que consolidó los cimientos de su imperio en base al barro y al algarrobo, con los cuales edificó templos y fortificaciones imponentes que hoy admiramos en la costa norte del Perú.
Cultores de la orfebrería, la arquitectura, la agricultura, la cerámica y grandes astrónomos guiaron sus ideales en torno al poderoso Dios de las Montañas, de quien dependían las lluvias, las buenas cosechas y los triunfos en las guerras; en consecuencia, le tributaban periódicos rituales y sacrificios humanos.
Estos ritos se remontan a una leyenda que los abuelos mocheros cuentan a sus nietos. Ésta refiere que hace mucho tiempo, en la “época de los gentiles, una descomunal serpiente de dos cabezas se comía a cuanto hombre o animal encontraba a su paso. Su presencia desencadenó la huída de los sobrevivientes hasta las faldas del Cerro Blanco y cuando estuvo a punto de devorarlos, la roca se abrió y entraron algunos aldeanos, y con ellos el ofidio, cerrándose a su paso”.
Dicen que la línea negra que, como una faja circunda el cerro Blanco, sería la cicatriz que quedó, a consecuencia de ese agrietamiento. Los mocheros creyeron que el cerro era mágico y consideraron que el Dios de las Montañas los había salvado, y como tributo construyeron, en su honor y a sus pies, el templo de la Huaca de la Luna, fundándose la ciudad que ahora los arqueólogos tratan de desenterrar para desentrañar sus secretos.
Esta es un de los mitos que explica el hehco de que la Huaca de la Luna fuera levantada a la sombra del cerro Blanco, un templo convertido en un espacio sagrado, de comunión entre hombres y dioses.
Esta narración nos adentra en el corazón de esta maravilla arqueológica, a la que ingresamos por el lado de los sacrificios, donde se encontró evidencias de que al menos 150 personas fueron ofrecidas al Dios de las Montanas para que sofoque un fuerte fenómeno El Niño. Esto habría ocurrido hasta en tres oportunidades. Los cadáveres quedaron a la intemperie, en el Templo Viejo.
En los murales plasmados en altorrelieve al interior del templo se encuentran representados el Dios de las Montañas y la serpiente de dos cabezas, en su forma real o antropomorfa, con características de demonio.
Aquí se concretaba la principal ceremonia a cargo de los oficiantes: que empezaba con un combate ritual y terminaba con el sacrificio de los vencidos y la entrega de la sangre al sacerdote guerrero. En esos tiempos el poder de la sociedad estaba en manos de los sacerdotes que, primero eran los intermediarios entre los moches y sus dioses, luego conquistaban vastos territorios que incluyeron los valles vecinos.
Con sus 12 mil metros cuadrados de murales policromos el templo viejo se convirtió en un ejemplo de tecnología constructiva con adobe, que los moches dominaron a la perfección.
El diseño y complejidad de sus pinturas murales constituyen una riqueza iconográfica y estética de valor universal que responde a un patrón que se manejó a lo largo de siete siglos.
Entre los años 550 o 600 de nuestra era este templo fue abandonado, supuestamente a causa de las sequías e inundaciones que puso a prueba la eficacia de los sacerdotes, quienes a pesar de los rituales, de los sacrificios humanos y otras ofrendas, la ira del Dios de las Montañas no fue aplacada.
Desde entonces los sacerdotes no fueron más vistos como intermediarios ante los dioses. Habían llegado su fin, y los habitantes de la ciudad empezaron a tomar el control del poder político y económico.
SEGUNDA FASE
Hasta ese entonces, la huaca del Sol no era más que un pequeño edificio, pero al ser abandonado el Templo Viejo, se inició un proyecto arquitectónico destinado a construir el edificio de dimensiones monumentales que aún hoy apreciamos, a pesar del paso del tiempo y del afán destructor del hombre.
En una parte más elevada y pegada al cerro está el Templo Nuevo, cuyos altorrelieves presentan una historia de caos y cambio. Ya no se observa más al Dios de las Montañas, sólo dibujos geométricos, de tejedoras y objetos animados, algunos luchando contra los hombres.
Esa es la época de la caída de los sacerdotes, subyugándose al poder político que se plasmó en una sociedad constituida por los hijos de los moches: los Chimú.
La huaca de la Luna es abandonada en el 850 de nuestra era, pero en sus alrededores, en la campiña, habitan hasta hoy los herederos de su riqueza cultural. En cada rostro cetrino, curtido por el sol, se adivina la imagen de aquellos magníficos hombres creadores de la cerámica más hermosa y los mejores orfebres del mundo, de los constructores de la ciudad más sagrada del norte del Perú en tiempos prehispánicos: los moches. Esta ciudad fue un sitio de peregrinación religiosa, incluso tras la invasión inca.
MUSEO DE SITIO
Se encuentra a 500 metros de la Huaca de la Luna y exhibe parte de la colección de piezas arqueológicas encontradas en las excavaciones en la ciudad sagrada. Tiene tres salas con vitrinas temáticas que representan aspectos de la vida diaria, el entorno de los moches, el culto al poder y al Dios de las Montañas.
Complementa el recorrido a la Huaca de La Luna con videos que reviven la iconografía moche; y mustra los ceramios de gran belleza, originalidad y simbología (pato guerrero, sacerdote ciego con escarificaciones en el rostro y en evidente trance shamánico y el manto felino, forrado en láminas de oro con soporte de algodón y cuero, decorado con plumas. Era utilizado en rituales como la ceremonia de la coca).
También nos ilustra con estatuas de arcilla que representan a los prisioneros desnudos, la porra de madera con manchas de sangre, etc. Aquí termina un itinerario mítico, místico e histórico que se confunde con la leyenda y la tradición, matizada con la exquisitez de sus platos típicos. Una experiencia inolvidable.

Chulucanas, tierra de ceramistas

 Guido Sánchez Santur

La expresión artística más tangible y evidente de los pueblos preincas fue la cerámica, a través de la cual expresaron sus actividades rutinarias, sus creencias y su cosmovisión del mundo mítico. Este arte también permitió conocer el grado cultural que alcanzaron.
La cultura Vicús que se asentó en el territorio de Chulucanas (Piura) tuvo un enorme auge cultural, irradiado a otras civilizaciones de menor desarrollo, tal cual se aprecia en su cerámica excavada en el cerro del mismo nombre, a tan sólo siete kilómetros al sur oeste de la ciudad.
Parte de estos vestigios forman parte de colecciones particulares, pero la gran mayoría están catalogados en el museo José Antonio Eguiguren de Piura, donde se les destinó una galería especial.
Como prolongación de este arte, el poblador chulucanense contemporáneo heredó esa habilidad de trabajar la arcilla a la que convierte en una hermosa cerámica que parece losa, de colores cálidos y figuras de estilo propio y motivos regionales.
Esta característica dio lugar a una alta cotización en el mercado nacional y en el extranjero (América Latina, Europa y, con mayor énfasis, en Estados Unidos). Por eso, muchos pobladores se han dedicado a esta actividad y en sus mismas viviendas improvisaron talleres que, a su vez, sirven de espacios de entrenamiento para los jóvenes aprendices.
El más famoso de los ceramistas de esta tierra es Gerásimo Sosa, cuyo nombre es sinónimo de calidad, pulcritud y belleza. De él han aprendido la mayoría de artistas que hoy trabajan la arcilla, y sus obras son el atractivo principal de los turistas que arriban al norte peruano, muchos con el único propósito de pisar suelo chulucanense y llegar hasta La Encantada, ese rincón de casas humildes, pero con un enorme espíritu artístico que trascendió la historia.
TRADICION Y FOLKLORE
En las blanquecinas y áridas lomas corren pardas lagartijas, escondiéndose entre la grama salada, los carrizales y cañaverales. Mientras la iguana verde, las tortolitas y las ardillas buscan su alimento en las plantaciones de yuca.
Las garzas han hecho de las orillas del río su morada, revoloteando a la caza de pequeños bichos que son su alimento. Las míticas lechuzas con su sonido tétrico parecen coincidir con el augurio temerario de las abuelas, el canto del gallo y el aullar del perro. Dizque estos animales advierten cuando algún vecino va a morir.
- ¡Ché! eso no es cierto, dicen los más incrédulos.
- ¡Guá!, ya verás, mañana o pasado, se sabrá quién ha muerto, responde el otro, un poco temeroso, pero convencido de la predicción.
COMIDAS TIPICAS
Asimismo, el norte destaca por la exquisitez de sus comidas, pero cada pueblo tiene su sazón especial. Las cocineras de Chulucanas le imprimen un sabor particular al ‘seco de chabelo’ (plátano con carne), muy popular en Catacaos.
Los chifles son otro potaje, que no escapa a la habilidad de la ama de casa chulucanense. También el arroz con cabrito, el plato más exquisito del norte. En ninguna otra parte del Perú se prepara ricura tan igual porque la carne del pequeño caprino adquiere un sabor singular por su alimentación con pasto verde.
Del mismo modo, son exquisitos los sudados de pescado, carne al jugo (con arroz blanco y yuca). La chicha de jora no falta en las picanterías para acompañar el cebiche. Ambos ingredientes son infalibles en la mesa de cualquier reunión familiar o amical que termina con un ‘piqueo’ de pescado o de carne.
• UN DENSO PASADO
Chulucanas es un polvoriento pueblo que pesadamente se levanta desde tiempos inmemoriales de la historia peruana, cargado de cultura y tradición. El calor y la sencillez de su gente son la expresión más pura de su añeja grandeza. Sus antiguos habitantes estuvieron sometidos a los Tallanes, que servían a los Incas, quienes para asegurar la transculturización de esta raza, fuerte y guerrera, trajeron mitimaes de Canas. De esta denominación se desprendería el nombre de Chulucanas, según especulan algunos historiadores.
Otras versiones, con sabor a leyenda, sostienen que la voz Chulucanas deriva del quechua ‘Cholocani’ que se traduce: "Me estoy derritiendo al calor que hace en este lugar". Mariano Felipe Paz Soldán refiere que este vocablo proviene del aimara ‘cholo’ (fruta parecida a la piña).
Durante la Colonia se creó la reducción de Chulucanas y hasta 1837 el lugar era sólo un caserío con 3,000 habitantes. Entonces el hacendado de Yapatera, Francisco Távara, cedió al párroco Mercedes Espinoza un terreno -donde hoy se levanta la ciudad- con la finalidad de que se convierta en pueblo y se repartieran solares a la usanza española. Esta categoría la adquiere en 1839, dejando de ser propiedad de la hacienda.
Esos años el prefecto de Piura obsequia la imagen de San Ramón, que fue colocada en lo que hoy es la catedral de la Sagrada Familia, a raíz de lo cual se le bautizó como Pueblo de San Ramón.
En 1936 se crea la provincia de Morropón, con su capital Chulucanas, cuya sede generó una en disputa que dio lugar a una conocida polémica periodística entre el escritor Enrique López Albújar y el poeta Manuel Manrique Carrasco, natural de estas cálidas tierras.
La tierra del mejor limón
Los arenales resecos contrastan con el verdor del valle que se levanta imponente a lo largo de los caminos de herradura que conducen a las huertas, atravesado por el cristalino río Piura. La ciudad está rodeada de cerros, como el Ñañañique, que cobija restos arqueológicos de la cultura Vicús, unos explorados y otros sin excavar.
Pese a la escasez del agua, en estas tierras se cultiva el mejor limón ácido del mundo. De su corteza industrializada se extrae el aceite con el que los productores conquistaron el mercado europeo. Este cítrico es, además, el ingrediente principal para aderezar el delicioso cebiche, que como en Catacaos, se expende en las picanterías y chicherías.
Otra deliciosa fruta que emana de sus fértiles suelos es el mango, el más sabroso y cotizado en los mercados nacionales y extranjeros, ya sea criollo o injerto que se oferta en México, Estados Unidos, Canadá, Irlanda y otros países. De aquí también sale papaya, naranja y ciruela.
Su riqueza forestal se sustenta en los bosques de algarrobos, materia prima de los pequeños aserraderos donde se confecciona los cajones para el envasado de la fruta.
El asno, animal típico, ha sabido ganarse el aprecio del poblador chulucanense, como en todo el norte. Es una acémila de carga que transporta el forraje para el ganado de engorde, o los alimentos de panllevar, desde la chacra al pueblo.
Este personaje se ha convertido en leyenda, como el perro "biringo", domesticado por los mochicas, chimús e incas. Es heredero directo de ese ancestral pasado que se fusiona con los elementos de la modernidad. Es parte de la misma tradición, el asno o piajeno, el arenal y el algarrobo, de cuyos frutos se alimenta.
Del algarrobo, rico en proteínas, luego de un breve y artesanal proceso se extrae la reconocida algarrobina, de reconocidas propiedades proteicas.